México atraviesa un momento de revisión profunda de su régimen democrático y de las reglas del juego político construidas desde 1988.
Hoy se discute hasta qué punto el Poder Ejecutivo ha ampliado su influencia sobre los poderes Legislativo y Judicial, y si esta tendencia erosiona el equilibrio institucional.
La turbulencia política y económica, alimentada por factores internos y externos, amenaza con convertir las diferencias legítimas en confrontaciones estériles.
Más allá de posturas e ideologías, la unidad nacional y el respeto a principios compartidos resultan imprescindibles para enfrentar el presente y proyectar un futuro estable.
El 2 de junio de 2024, Claudia Sheinbaum fue electa presidenta de México.
Desde su toma de posesión, ha alcanzado niveles de aprobación cercanos al 75% en diversas encuestas, cifra inédita para un inicio de gobierno.
Su antecesor, Andrés Manuel López Obrador, se retiró a su finca en Palenque, dejando un legado de un liderazgo carismático, pero también polémico y confrontativo.
El presidencialismo mexicano ha vivido épocas en las que la acumulación de poder en el Ejecutivo provocó crisis políticas, corrupción y persecución de opositores.
La historia ofrece ejemplos claros: Plutarco Elías Calles, tras dejar la presidencia en 1928, mantuvo el control del país en el llamado maximato, hasta que Lázaro Cárdenas lo desplazó en 1936.
Décadas después, el asesinato de Luis Donaldo Colosio en 1994 marcó el declive político de Carlos Salinas de Gortari.
Otros episodios, como el homicidio del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo y el levantamiento del EZLN en 1994, evidenciaron la fragilidad de la estabilidad nacional.
La crisis económica de 1982, bajo José López Portillo, y su intento de conservar influencia tras dejar la presidencia, fueron señales de que el poder personalista, cuando no se somete a límites claros, termina debilitando al propio sistema.
Hoy, la alta aprobación presidencial no debe interpretarse como un cheque en blanco.
La fortaleza de una democracia se mide tanto en la eficacia de su gobierno como en la solidez de sus contrapesos.
Sin ellos, la historia mexicana demuestra que el poder se convierte, tarde o temprano, en su propio riesgo.