
Hace tan poquitos años que ya parece una eternidad: durante meses que se prolongaban de tarde en tarde, cada atardecer el mundo entero salía al balcón de su confinamiento para intentar agradecer a enfermeras, camilleros, afanadoras y médicos su heroico empeño y nobles sacrificios a favor de miles de enfermos y desahuciados con un aplauso de varios minutos. Hace tanto ánimo de aquello que parece que la humanidad en general ha olvidado el oficio de los seres alados que alientan la vida misma; arcángeles y angelitas, querubines y galenos que sostienen literalmente la respiración endeble y cada latido de los corazones enfermos.
Quiero agradecer aquí al rescatista inmediato quien llega casi instantáneamente a proporcionar oxígeno y sacar con extremado cuidado el cuerpo exangüe —literalmente desangrándose— de mi hermana, habiendo volado veinte metros en caída sin nubes y quiero besar las manos que enyesaron la fractura expuesta de su mano y antebrazo izquierdo, la pierna derecha y la clavícula vendada; quiero agradecer cada grapa que le pusieron a su cráneo traqueteado e incluso que tuvieron que quitarle la otra mitad de su hermosa cabellera para poder inventar un claro que drenase la inundación de sangre y líquidos que nadaban su cabeza. Quiero agradecer de corazón a cada una de las enfermeras y cada uno de los camilleros que la cuidan como una muñeca en reparación total y abrazo aquí al doctor Galván neurólogo, que lleva la invisible batuta con la que Maylou ha logrado abrir un párpado y volver a mirar al mundo para mirarnos mirándola.
Para que se digiera el milagro es necesario aquilatar la milimétrica inmensidad de la esperanza cuando mueve los dedos de la mano enyesada o el brazo que le quedó libre. Es necesario imaginar el dolor y la confusión infinita de todos los enfermos que despiertan poco a poco en la sección de terapia intensiva para reconocer a los afectos incondicionales que esperan con agua salada bajo los párpados, pero también a los seres alados que mantienen ligera la brisa que ha de elevar todos los encamados a la recuperación de sus pasos. Camina que ya caminarás nuevamente el sendero donde hagamos pasillo de honor a quienes se desviven para que sigamos vivos… y sí, allí ya invisible está mi madre junto con mi padre y otros santos, pero también el empeño inquebrantable de ella misma que por ahora no puede sola aunque cuenta con la impagable asistencia de alguna ave con cofia.