Se nos olvida que México ofrece en ráfagas constantes renovadas versiones de una límpida imaginación y volúmenes diversos de una memoria inagotable, que hay discretas legiones de poetas de varias generaciones que conjugan en sus versos las sílabas entrañables de la fruta y los colores de toda soledad, novelistas de diversas edades que enredan en sus tramas los diálogos de los muertos, los paisajes de lo inexistente y las huellas de lo palpable. Se nos olvida que lo único que nos salva del desmadre cíclico de los políticos y de saliva rancia de los inquisidores y censores reinstalados en el polvo de las bibliotecas monumentales es precisamente el vuelo libre de los libros, todos los libros, tantos libros que podríamos ofrecer incluso gratis por el peso de sus páginas y el nombre de sus títulos y la belleza de sus portadas y el juego de sus tipografías y el empeño de tanto editor independiente que se quema las pestañas para luchar contra las erratas y la amnesia.
Se nos olvida que podríamos embalar cien huacales de silencio con esos murmullos que pintó Rulfo sobre un llano en Jalisco que parece pergamino o que hay un chopo al filo de un leve surtidor de agua cristalina que brota en las noches de un patio en el Antiguo Colegio de San Ildefonso que deletrea el nombre de Octavio Paz. Se olvidaron ya del prestigio instantáneo que producen las traducciones al alemán de todas las obras de Carlos Fuentes o las recientes maestrías de un tal Antonio Ortuño y se han olvidado del brío y de la gracia con la que podríamos edulcorar con un mínimo estante el trajín de la Feria de Frankfurt con hilar sobre la alfombra los cuentos de Mutis y García Márquez tan mexicanos como Samanta Schweblin o Emiliano Monge o ladear los muros de toda feria con los versos de Hernán Bravo y las palabras en círculos concéntricos de Verónica Gerber o los testimonios desgarrados de Valeria Luiselli y se nos olvida que podríamos inundar Bavaria con el mínimo empeño de mostrar a todas luces el catálogo imbatible de una casa editorial que se fundó hace ya tanto tiempo que ya ni parece sepia, con el propósito inicial de que todo lector en eñe tuviera a la mano un acervo libre y democrático de todas las teorías económicas y no la sanción autoritaria de censurar trimestralmente las álgebras y matemáticas de los modelos que no sean militantes del delirio. Se nos olvida que la Colección Popular del FCE o esa epifanía en 150 volúmenes accesibles que llevan el nombre de FONDO 2000, vuelan aladas al lado del Cenzontle y del Tezontle y de los negros de Historia de los tres tomos anaranjados de Carlos Marx que le dan quinta y las buenas a cualquier viento del pueblo en papel revolución, cuando deberíamos fardar el zurcido invisible de la orilla del viento para todos los niños del mundo, en todos los idiomas posibles y en todas las edades que quieras que no merecen hacerse a la falsa idea de que México no tiene nada que ofrecer cuando en realidad tenemos la voz en el viento de Elena Garro y un solo cuento de Rosario Castellanos o la retahíla de verdades con sarcasmo que firmó Jorge Ibargüengoitia o todos los volúmenes de Alfonso Reyes intercalados con las obras completas de Alfonso Reyes y una sola novela de Rafael Bernal o un cuentito de alas leves que firmó Efrén Hernández o un poemínimo Efraín Huerta o la biografía en fotografía de Juan José Arreola y su sonrisa al lado de Vicente Leñero, inmenso escritor y cronista que podría deslumbrar incluso al más somnoliento alemán o agente literario del río Mein con el eco de sus conversaciones en tinta con José Emilio Pacheco o Guillermo Sheridan o Federico Campbell o cada una de las páginas que ha soñado Juan Villoro y el más joven de los cuentistas que hoy mismo habita una azotea sin beca y sin cartilla con la mínima ilusión de soñar que algún día alguno de su párrafos podría mostrarse en escaparates del mundo por el solo hecho de confiar en las instituciones revolucionarias que supuestamente sobreviven para fardar y mostrar, para difundir y presumir, para por lo menos enseñar lo mucho que tenemos que ofrecer por lo menos en tinta y encuadernados, y coadyuvar (ese verbo tan burocrático) en el esfuerzo de todos los editores minúsculos, independientes, libres y liberales, libros abiertos, alas al vuelo, parvada de páginas que confirman lo mucho… lo muchísimo que tenemos que ofrecer al concierto mundial de los libros y de la lectura, pues de quedarnos encerrados en la necia hemos de hundirnos aún más en la estulticia insalvable de la ignorancia rancia y la estupidez sectaria.