Nivola subtituló Unamuno a su Niebla, por no considerarla propiamente novela o como guiño de neologismo para distinguir a toda su ficción de las novelas imperantes en su época o porque se le antojó y punto. Ahora, pienso que novilo podría ser un buen término para designar a las novelas en vilo, las que se han enviado en sobre sellado a la ilusión de su lectura y que penden de la caprichosa circunstancia del azar: puede perderse en el abismo del olvido o florecer en la mágica conjunción con la que basta un solo lector con buenos ojos que la completa.
Con todo, nivola o novilo, la novela nace desde la primera idea o bien en su primer tatuaje como línea en tinta de una callada manera como flor. Flor de corazón que viene latiendo en el vacío desde quién sabe cuándo y flor de raro color que caprichosamente cambia según las espinas de su trama, los pétalos que despeinan a sus personajes y ese tallo de prosa que permite armar racimos o palo suelto. La novela nace sembrada en la conciencia o en el corazón del autor y se lanza sobre el papel en blanco para irse despoblando tipográficamente o bien inundación vocálica que repta en la lectura que irónicamente nadie ve más que el lector o el autor ya ausente que imagina que ve que alguien lee la nivola en vías de novela o la novela en estado de novilo.
En vilo el desánimo del autor y las ansias del autor, las opiniones ante los variados espejos de sus posibles lecturas y en vilo la novela que aún no revela ni portada ni páginas ni precio, sino el original metafísico; es decir, el original mecanuscrito que se deriva de la caligrafía con la que el autor empezó a deshuesar la parcela blanca, barbechar todo estorbo de hierba o palimpsesto y arar durante horas que suman meses el ciclo de fertilización precisa de cada una de las semillas que han de madurar bañadas de luna para luego bañarse al sol de la publicación en cuanto se abren las hojas y se suman las lecturas que tarde o temprano le bauticen un otoño generoso, al vuelo todas las páginas ya ocres por leídas y en la delgadez esquelética de las ramitas se quedan colgando los botones de prosa o verso que sueñan su primavera, no sin antes soportar el silencio inmenso, la gélida y callada espera en vilo y sin muchas palabras donde el autor y su pluma vuelve a andar sobre el páramo nevado de otra página en blanco.
Jorge F. Hernández