La del alba será la hora en que pretendo volver a leer por primera vez una novela en dos partes que usualmente queda conocida como el Quijote, escrita por Miguel de Cervantes Saavedra, natural de Alcalá de Henares y supuestamente muerto a unas cuantas calles de donde escribo estas líneas por enésima vez. Hace doce meses, en pleno confinamiento de la villa y Corte de Madrid, repetí la ceremonia por primera vez a dos voces y hoy que es mañana me propongo reiniciar en silencio la sana enfermedad de una lectura —quizá la del único libro capaz de escribir letra por letra a quien lo lea— ya en silencio o en murmullos.
La del alba sería la hora en que un grupo de aspirantes asediamos a Octavio Paz en los jardines de los reales alcázares de Sevilla y el oráculo vaticinó que así pasen las décadas uno puede quedar signado al misterio de leer siempre el mismo verso, una y otra vez, hasta convencer al espejo de que todo se multiplica y cambia. Así también el oficio de la memoria que se entrelaza con las andanzas de la ficción sumarán alba tras alba la serena confusión de indiferenciar el sueño o ensueño de eso que llaman realidad. Tuvo razón el Poeta en aquella primavera de 1988, misma estación en la que en otra alba, en el preciso día de la rosa y el libro, del santo y el dragón, se le entregó a Carlos Fuentes en Alcalá de Henares el Premio Cervantes y ante un corrillo otro de aspirantes a novelar confiara casi lo mismo que dijera Paz: leer el Quijote cada primavera —como lo hacía William Faulkner en inglés y como lo hacía el propio Fuentes— no será más que una brújula espiritual que se renueva —ya en silencio o voz en cuello— como placebo para el tiempo que pasa, pasatiempo del alma, calendario callado que sorprende y alivia, entre el recuerdo intacto y el descubrimiento de lo inédito.
Veleta y barómetro, termómetro y telescopio, espejo y ventana el libro que se lee cada año como si fuese la primera vez vuelve a cumplir el milagro indescriptible precisamente porque al leerse… se está escribiendo con una pluma afilada de ganso mojada en tinta sobre un pergamino arrugado que se ilumina a la luz de una vela.
Jorge F. Hernández