Cultura

Buen provecho

Escuchar audio
00:00 / 00:00
audio-waveform
volumen-full volumen-medium volumen-low volumen-mute
Escuchar audio
00:00 / 00:00

Decía Alejandro Dumas: “Con una novela ocurre como con una comida: primero hay que empezar por lo mejor, hay que empezar por lo interesante, en vez de empezar por lo aburrido; hay que empezar por la acción, en vez de empezar por la preparación, hay que hablar de los personajes luego de haberlos presentado, en vez de presentarlos luego de haber hablado de ellos”.

En esta era de la chatarra comestibles, las viandas al vuelo y el café ambulante, parecería que ya nadie se preocupa por empezar la digestión por lo interesante y se pasan directamente a la acción de la evacuación. Es de suponerse que esa flatulencia con prisa se ha contagiado a no pocos cronistas y novelistas que abren sus páginas directamente en el nudo estrambótico o sensacionalista de sus respectivas tramas sin haber presentado en tinta a los personajes y algo de eso se desprende de la realidad misma. Vivimos una era donde no se necesita deshilar el Curriculum Vitae de un tirano para recordar que su biografía narra la vida deleznable de su racismo, machismo, mitomanía, etcétera y no se precisa leer la media filiación de una valiente mujer capaz de enfrentarlo a la cara y romper a sus espaldas el abultado informe de mentiras con el que un sátrapa se ha burlado del mundo entero.

Puestos en esto, quien redacta la vida diaria empezando por lo aburrido y tedioso de sus manías o recurrente demencia, obvia u olvida lo que llamaba Dumas lo interesante. Sería más interesante intercambiar un diálogo de probabilidades constructivas o críticas constructivas que soportar el cíclico torrente de peroratas etílicas, somníferas quejas sin fundamento o abiertas banalidades al servicio de alguna forma del Ego. Sería fantástica la novela de todos los días que se leyera con una caminata callada entre árboles deshojados y no bajo el capelo trasnochado de las inferencias o aseveraciones sinsentido; sería mejor el cuento que reserva su sorpresa para la última línea y no el relato insulso que empieza con un insulto.

Tiene razón Dumas y la redacción de cada día que ha de convertirse en semana, y luego mes que se suma en años, ha de iniciar cada uno de sus párrafos con lo interesante y con la presentación sigilosa o directa de los personajes que nos rodean. Ha de ser una relato continuo y feliz de uno mismo conjugando los mejores verbos de la existencia y la minuciosa narración de toda la realidad que nos rodea; ha de sazonar con delicadeza la ficción como ajena las Verdades impuestas y ha de saber manejar con salero las mentiras que convertimos en verdad, por obra del relato y en abono a la literatura que conforma la piel de cada quien. Ha de intentar el ejemplo de los poetas que resumen en un verso la enciclopedia de un suspiro o el peso atómico del olvido y ha de incluir en su crónica el principio hasta el final, el tiempo que ocupa lo que nos ocupa. Hemos de narrar los días por venir sin olvido de pretérito y en abono de futuros, y quizá salir de la hueca caja de prejuicios y necedades hacia el páramo libre de la imaginación, moldeando como ceramista en el vacío las formas palpables de lo invisible… pero alejémonos de los profetas improvisados, las divorciadas regeneradas por un falso Feng-Shui de pacotilla o los taxistas que se creen terapeutas irrebatibles; alejémonos de los que editan por impostura o por poder, los críticos ciegos, los reseñistas falsos, los reporteros de oídas, los funcionarios disfuncionales y la verdulera de muy malas corazonadas.

Concentremos la lectura de cada día en la redacción de la novela íntima o en la lectura de la novela ideal o en el invento creativo de una novela como madeja donde privilegiemos lo interesante de sus inicios y las acciones de su nudo con un verdadero interés por conocer la radiografía andante de sus personajes, el placer de la prosa y la majestad incluso callada de una lectura a media voz. La novela que se abre como pétalos que se desperezan y se estiran en sonrisa; la novela que mantiene el eco de sus párrafos incluso cuando se han cerrado las páginas o la novela que prolonga su lectura en el sueño, una vez que el libro ha caído como tienda de campaña sobre las sábanas o la novela que cabe en un bolsillo y la que viaja en Metro o la que lleva en la cara el hombre que nos mira desde una ventana anónima como quien pregunta quién se robó el Invierno.

Google news logo
Síguenos en
Jorge F. Hernández
  • Jorge F. Hernández
  • Escritor, académico e historiador, ganó el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández por Noche de ronda, y quedó finalista del Premio Alfaguara de Novela con La emperatriz de Lavapiés. Es autor también de Réquiem para un ángel, Un montón de piedras, Un bosque flotante y Cochabamba. Publica los jueves cada 15 días su columna Agua de azar.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.