Para conmemorar siglo y veinte años del natalicio de Jorge Luis Borges se lee de madrugada y en horarios enrevesados la breve joya que escribió José Emilio Pacheco como invitación a su lectura. Ese es su sentido y propósito al guiarnos por el entrañable laberinto de los espejos que se desdoblan, los cuentos que parecen ensayos y los ensayos eruditos que se leen como cuentos o cuentínimos del Universo que cabe en la mirada nocturna de un gato extraviado y que alguien tejió en la greca de una alfombra persa y milenaria.
¡Ah, qué delicioso sabor de lectura poder perderse en la prosa de Pacheco —y ya pacheco— entender los hilos invisibles y la tipografía en octavo de memoria con la que Borges se convirtió en Borges, pasó por Biorges, se volvió el Otro y el mismo que tanta falta le hace al concierto de las bibliotecas y al orden secreto del universo que cabe en un instante, así pasen 120 años de vida. Hablo del anciano que no dejó nunca de deslumbrar e incomodar, del ciego que vio con enigmática dioptría los horrores del fascismo y al mismo tiempo, la sutil voz que quizá saboteó su merecido Nobel honrando la sombra de un asesino. Hablo del poeta inconmensurable que jugó sobre el damero de la rima y recreó los versos de la forma clásica sin dejar de pasar como un orillero por el habla del atorrante y el tango del lunfardo, la cicatriz del compadrito y el zorzal cantando desde la barandilla de un barco trasatlántico. Pacheco, bien Pacheco, es en este opúsculo la voz del entrañable José Emilio que era capaz de dictar una cátedra sin togas sobre el mantel de un desayuno y sacudir el polvillo de la ignorancia ajena como quien espanta una mosca.
Elegante, prudente, absolutamente documentado Jorge Luis Borges de José Emilio Pacheco (Ediciones Era, El Colegio Nacional y Universidad Autónoma de Sinaloa, 2019) es un libro ya indispensable parar todo viejo lector del sabio argentino y todo recién llegado al festín de su literatura incombustible.
Pacheco poeta traza la radiografía amable para entender el devenir de una poética, el decurso de los versos allende los
discursos de la polis. ¡Bájale!, lo que hace es ayudarnos a entender de qué tipo de árbol es la poesía de un hombre que vio el mundo para memorizarlo por si perdía la vista, para que una mariposa siguiera siendo amarilla en sus sílabas y no se perdiera jamás la inconcebible ironía de las tinieblas.
Pacheco ensayista es el que pule como joya todas las páginas de este breve libro donde precisamente pone en claro la pulpa de los ensayos y conferencias con las que se fue ganando mínima vida el hombre que había sido condenado por el dictador Perón a ejercer de inspector de aves y conejos en los mercados de Buenos Aires. Pacheco ensayista es también el que pinta como acuarela la somera biografía, con todo y madre, de ese hombre que fue tantos Borges para terminar siendo el Borges único que queda ya para siempre en sus párrafos y páginas, páramos y pomas.
Pacheco cuentista es el que descubre que el secreto manantial de los insuperables cuentos de Borges viene de lejos, de más de mil noches y una noche en la noche de los tiempos, tatuada en pergaminos que recrean las aventuras del Conde Lucanor y los cuentos de la anciana China hasta llegar incluso a las tramas de un detective que resuelve crímenes desde la soledad de una celda donde lo tienen preso y se firma con la complicidad de Bioy Casares, y la luenga y andanza de prestigio y pureza que ventilaron las páginas de la revista SUR. Es el cuentista Pacheco que guía por los senderos bifurcados de los cuentos de Borges como un hermano mayor capaz de dosificar para quien lo siga la poderosa droga de un elixir incurable.
Es José Emilio presente quien presenta en estas páginas a Jorge Luis ya nunca ausente. El resultado es, nuevamente, el contagio de libros y de lecturas, un tentador salvoconducto para la evasión y la huida de este mundo hacia todos los demás. Es un respiro en medio del sopor y un bálsamo que incluso, hacia el final, nos juega la broma bibliográfica que esperábamos todos los que hemos intentado navegar con la literatura desde siempre, por el mero placer desde el principio.