Cultura

Ahora que no

Escuchar audio
00:00 / 00:00
audio-waveform
volumen-full volumen-medium volumen-low volumen-mute
Escuchar audio
00:00 / 00:00

Ahora que no puedes entrar —temporalmente, para evitar el contagio— te ruego que vuelvas a Madrid, pues ahora que no podemos entrar al Museo del Prado veríamos la forma para imaginar que me llamo Goya y que te pinto vestida… o que se asoma un perro al filo de una duna de la Nada para ladrarle a la tos y a la fiebre que parece atormentar al falso Saturno devorando a su hijo como un Ugolino. Ahora que no hay acceso será más fácil meternos en el cuadro donde le ofrecen las Meninas un chocolatito hirviente a la Infanta en una jarrita de barro de Cholula y supongo que ahora que no se puede, podremos reconocernos todos en el tríptico de El Bosco en este desquiciado Jardín de las Delicias donde aparece el infectado original que recibió el Coronavirus en salvasealaparte como una flecha en cúbito prono, al lado de un mercado chino donde inexplicablemente se contagió un italiano con un estornudo anónimo y voló de vuelta a Milano sin saber que inundaría Lombardía con la diminuta pelotita que parece erizo que ha desatado las más delirantes teorías sobre las diferentes conspiraciones capilares y epidémicas que nos acechan, ahora que no importa si uno piensa o razona.

Ahora que no se puede, quiero besarte como siempre o como nunca y caminar por las calles del Barrio de las Letras con la ilusión de encontrarnos de frente con los fantasmas de siglos pasados que sobrevivieron otras pestes. Ahora que no, dime que sí, que podemos desvelarnos hablando hasta el amanecer y que —efectivamente— todo este tiempo no ha sido más que una increíble alucinación: aquí o allá no ha pasado nada, ni se nos ha muerto nadie y aunque parecían palpables, estas canas son falsas, y maquillaje puro los kilos que ahora llevo encima, pues ahora que no puedo, quiero echarme a correr por una orilla de Madrid para confirmar lo cerca que sigue estando del campo abierto y ancha es Castilla.

Ahora que no, propongo quedarnos en cama hasta que sí y porque sí. Ahora que no, quiero darle la mano a mis amigos de veras y negarle el codo a tanto mentiroso e hipócrita insalvable que juraban ayudarme en las buenas y ahora que no, que han llegado las malas distancias y la soledad del silencio, se han encerrado a piedra y lodo en el olvido y la amnesia, en los pretextos imperdonables con los que creen mantener la asepsia sabiendo que su alma no se lava con el gel para manos. Por lo mismo, ahora que no, digo que sí a los libros prohibidos, a los dictámenes olvidados, a los párrafos pendientes y las novelas inéditas; ahora que no, digo sí a los cuentos que falta enviar a la imprenta y a las hermanas de esta crónica que hay que convertir en libro morado. Ahora que no, ¿cómo de que no?

Déjame aliviar tus párpados con la yema del índice, ahora que no debo tocarte la cara que solo imagino al escucharte de lejos y déjame dormir en la comisura que se extiende desde tu cuello hasta el hombro derecho, ahora que no debo acercarme ni en sueños por el miedo a elevarnos la temperatura y provocar un dolor de pulmones, como azules jardines de un sapo negro con alas. Déjame recitarte un soneto a medio milímetro de tus labios como si fuera la vieja página de un libro que reposaste sobre tu nariz por quedarte dormida en un febrero que ayer era helado y hoy parece la primavera encendida de los murmullos que comparten los labios, ahora que no se debe ni se puede reanudarnos el diálogo de besos que compartimos desde hace quiénsabecuántos años.

Ahora que no se puede, vamos a Venecia y resucitemos una mentira tan deliciosa y cómoda que parecía un par de pantuflas o llévame a Roma par verla vacía y deslumbrarnos con la fachada imperial de un edificio cualquiera. Dime que tienes manera de asistir a La Última Cena en Milán, ahora que no hay filas interminables de turistas con camaritas y teléfonos con lentes y lentillas y dime que no miras con asco al señor aquél que estornuda a medio vagón o a la señora que va tosiendo en la calle sin taparse la boca porque lleva las manos llenas de bultos de compras de pánico y ahora que ya no hay arroz, cenemos una paella improvisada y ahora que han cerrado los cines leamos en voz baja una novela que habla de la Muerte en Venecia para que pronto volvamos a verla en pantalla, encerrados en cuarentena ya para siempre con la abierta intención de seguir contagiándonos tanta maravilla y misterio que simple y sencillamente no hay antídoto que le valga, para convencernos del infinito placebo de estar siempre juntos, ahora que no lo estamos.

Google news logo
Síguenos en
Jorge F. Hernández
  • Jorge F. Hernández
  • Escritor, académico e historiador, ganó el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández por Noche de ronda, y quedó finalista del Premio Alfaguara de Novela con La emperatriz de Lavapiés. Es autor también de Réquiem para un ángel, Un montón de piedras, Un bosque flotante y Cochabamba. Publica los jueves cada 15 días su columna Agua de azar.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.