Siete, ocho y nueve de marzo, días en que se tomaron muchas mujeres, contando con el silencio de los hombres, o el apoyo tácito o explicito, para gritar su cierta desigualdad de siglos, en ésta sociedad que no les ha dado su lugar.
Se culpa mucho al machismo del varón pero se dice poco que la mujer, por costumbres ancestrales, lo favorece, lo justifica, lo promueve, lo que no se juzga bueno, pero explica muchas cosas de ese mal que nos pudre la sociedad.
La comentada jornada feminista no termina pero tampoco atina a ver reconocidas las causas de la desigualdad, señalando con bravura al culpable, que por cierto, atina, pero ¿qué no son el hombre para la mujer, la mujer para el hombre para que juntos edifiquen un mundo más justo?
Alguien que protestó contra la bravura de la protesta, dijo, “así no”, lo que es cierto, porque para reclamar un derecho,, la raíz está en el cumplimiento de un deber de respeto.
Pasada la bravura de los reclamos, viene el deber costoso de juntos, mujer y hombre, construir, también con bravura, una sociedad igualitaria.
Hay que volver a la ternura recíproca, que es un acto radicalmente valiente del hombre y de la mujer, simultáneamente. Enseña el Papa Francisco:
“Muchos hombres son conscientes de la importancia de su papel en la familia y lo viven con el carácter propio de su naturaleza masculina.
La ausencia del padre marca severamente la vida familiar, la educación de los hijos y su integración a la sociedad. Su ausencia puede ser física, afectiva, cognitiva y espiritual. Esta carencia priva a los niños de un modelo apropiado de conducta paterna” (La alegría del amor en la familia. Núm. 55).
Muchos problemas quedan por plantearse en este asunto de la igualdad de la mujer y el hombre. Hay que ser radicalmente igualitarios, complementarios. Necesarios el uno para el otro para educarse esencialmente humanos.
La violencia que se va tan dolorosamente sobre le mujer, ya los científicos sociales comienzan a reconocer que está en familia.
Aunque se siente en sociedad, su origen está el interior de las familias, ahí donde no hemos sido íntegramente íntimos, dueños de nosotros mismos, actores de nuestra propia vocación, porque nos ganó el afán de mercado, del lucro, hasta con el mismo cuerpo de la mujer, como lo hacemos lucir en los comerciales.
¡Ah que pelaos tan listos! Luego, ¿cuál es la queja, si por dinero, toleramos el lucimiento de la mujer como “objeto sexual?”. ¡Listos!