Con el asunto de que la pandemia casi si fue, aunque no faltan periodistas que no olvidan su tarea de asustar al pueblo con otras epidemias de corto alcance, sucede que ya están los comercios saturados de clientes, los salones esperando a quienes les gusta el baile, para el baile de navidad, de año nuevo o de reyes, los templos con un poco de más gente, ¡ah!, y sobre todo los regalitos que no falten, hasta para el chuchito del vecino.
En fin, que es tiempo para divertirse aunque no se procure conocer el sentido de la Navidad.
Dicen que el primer nacimiento lo inventó San Francisco de Asís, allá por el año 1200, cuando entonces no se había descubierto la luz eléctrica.
La corona de Adviento, el Árbol de Navidad, que tanto apasionan a muchas familias, son adornos modernos que si no los encontramos en alguna carretera, calle, plaza, restaurant, pues mejor no están en nuestra lista de estos días a donde nos sentimos obligados a ir.
Como que se nos olvida que Jesús Salvador nació en un pesebre y que ahí acudieron pastores, magos, gente del pueblo y que nació en el desamparo, como cualquier emigrante.
Si algún taciturno, místico o loco de barrio, quiere celebrar una Navidad, reproduciendo los acentos bíblicos de Belén, pueda ser que nos de risa, nos preguntemos qué piensa ese loco o decidamos ponerlo en nuestra lista personal de quienes es mejor no hablarles para llevar la Navidad en paz.
¿Y el canto del villancico “Noche de Paz”, o la “Burrita que va a Belén”, etc., que se escuchan en los comercios? Son introducciones que invitan a preparar la tarjeta de crédito, de débito, o invitaciones a ejercer la ciudanía exigente porque no han cambiado los precios del Buen Fin y todavía los dan dizque con rebaja.
¡Ah qué la Navidad que cuestiona algunos que piensan! Y qué piensan los que no piensan.
Si la Navidad nos ayudara a pensar en las causas de la violencia, de la pobreza, de la drogadicción, de la ignorancia, etc., ya no pediríamos “posada”.
Como un juego ya que Jesús no nació en un pesebre por pura aventura o vacilada, sino porque en esta tierra de los humanos unos nacen como príncipes y, otros ya desde chiquitos están arrimándose al buey que calienta con su vaho, por pura inercia, porque al buey no se le conoce ternura.