El enorme trauma social y político que dejó la Segunda Guerra Mundial orilló a las principales potencias globales, en especial a las del bloque ganador (en el hemisferio Occidental) a crear una serie de instrumentos institucionales, sin precedentes en la historia y de escala e impacto casi mundial, para, en teoría, prevenir que una tragedia de semejantes dimensiones se repitiera (entre otras cosas).
Quizá el organismo más representativo de esa época de reconstrucción y reorganización sea la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Para muchos quizá la institución internacional más noble, para otros, quizá también la más inútil.
Después de que se constituyera Naciones Unidas, el mundo Occidental comenzó a reorganizarse alrededor de diversas instituciones, acuerdos, tratados y convenciones de carácter global, bueno, más bien de carácter estadounidense y europeo.
Mientras Europa se recuperaba del duro golpe que le significó la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se erigía como el líder indiscutible de lo que durante mucho tiempo se considero el “mundo libre”. La contraparte, representada por el bloque soviético, se convirtió en el némesis por antonomasia de Occidente, casi desde la conclusión del conflicto armado más letal de la historia y cuando ambos bandos se repartieron el mundo.
Ante la creciente amenaza que empezaba a representar la URSS, las potencias de occidente, lideradas por Estados Unidos, fundaron en 1949 la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN en castellano, NATO en inglés. El objetivo: que los estados miembros se protegieran entre sí de cualquier potencial invasión de una nación que, claro está no perteneciera al Tratado, es decir la Unión Soviética y China, principalmente.
Para muchos, la existencia de la OTAN era y es una garantía para salvaguardar la paz mundial (traducción: la paz de Europa y Estados Unidos). Y en muchos sentidos, más o menos cumplió esa tarea. Sin embargo, no existe creación humana por la que los años no cobren factura y aunque en esta caótica y oscura época que nos ha tocado vivir resuenen ecos de la Guerra Fría, (lo cierto es que el mundo es otro y ningún momento histórico se repite, al menos no de la misma forma), lo cierto es que el organismo, empieza a languidecer.
Otra vez, nuestras sociedades atraviesan por cambios sociales, políticos, tecnológicos, económicos y climáticos trascendentales. Y no es que después de la etapa de la posguerra la humanidad haya permanecido en absoluta quietud. El asunto es que los cimientos que dieron pie a esa fugaz civilización que surgió de la Segunda Guerra Mundial se han debilitado a una velocidad feroz por el natural desgaste, el hartazgo social y las promesas incumplidas de todas esas nobles instituciones de la posguerra.
El desencanto que existe hoy respecto a la democracia, el capitalismo y todo lo que emane de esa dupla, ha provocado un cisma en los espectros ideológicos, y las certezas que antes brindaba la supremacía occidental, sobre todo por parte de Estados Unidos, hoy se han desvanecido. Y no es gratuito, esas certezas se fundaron sobre castillos de papel, era de esperar que su endeble estructura terminara cediendo.
El gran imperio que impuso su hegemonía en la segunda mitad del siglo pasado finco su filosofía social, moral, económica y política en el terreno de lo fugaz. Su eminente espíritu de eficacia y practicidad se convirtió irónicamente en un boomerang que le está propinando la estocada ¿final?
El pasado 4 de abril la OTAN cumplió 75 años. Y aunque su fortaleza aún no mengua del todo, el contexto en el que celebra sus siete décadas y media de vida no podría ser menos alentador: una nueva y poderosa Rusia, liderada por un obstinado y tenaz autócrata, ha regresado al tablero de la geopolítica y no con pocas cartas bajo la manga; el dragón asiático no quita el dedo del renglón y junto con su vecino eslavo están dispuestos a no ceder más frente a Occidente.
Esto sin mencionar la atroz guerra que está exterminando a Palestina, la debilidad de las democracias liberales y la notoria decadencia democrática de Estados Unidos, que este año vivirá una elección decisiva en medio de un liderazgo cada vez más endeble.