“Acuérdate de Acapulco / De aquellas noches / María Bonita, María del alma / Acuérdate que en la playa / Con tus manitas las estrellitas las enjuagabas.”
Con este icónico verso que ha permeado a generaciones enteras y en la cultura mexicana, uno de nuestros más portentosos compositores inmortalizaba su intensa experiencia amorosa con otro portento, María Félix. El estribillo pertenece a una de las canciones más populares de Agustín Lara y forma parte de un copioso acervo de odas y homenajes al Puerto de Acapulco, que durante décadas fue la joya de la corona del turismo en México.
En su momento de mayor esplendor -en los 50 y 60 del siglo pasado- la famosa bahía guerrerense fue la anfitriona del jet set mundial, pero sobre todo del estadounidense y de sus celebrities. Ahí se han filmado cerca de 250 películas, ha sido sede de múltiples festivales, eventos deportivos y toda clase de espectáculos.
Para cualquier capitalino nacido antes de la década del noventa del siglo XX, Acapulco no solo era el destino de playa preferido, sino una suerte de extensión de esa identidad chilanga que nos acompaña allá donde vayamos. Era, y para muchos lo sigue siendo, una parte fundamental de nuestra memoria familiar, social; de nuestra historia de vida.
Desafortunadamente y debido a diversos factores -algo tiene que ver ahí el inevitable desgaste de todo lo que tiene vida en esta Tierra- con el paso del tiempo el puerto fue perdiendo su brillo. También se le fueron acumulando una serie de problemas relacionados con la pobreza, la violencia, el narcotráfico, la inseguridad y la ineficacia de sus gobernantes, que flaco favor le hicieron al que durante muchos años fue el referente turístico de nuestro país.
Hoy, Acapulco ha sido arrasado por un huracán que en 12 horas pasó de tormenta tropical a categoría 5 provocando un desastre sin precedentes en la historia de ese puerto.
La famosa bahía de Acapulco, otrora destino predilecto de miles de turistas de todo el mundo se encuentra ahora prácticamente bajo los escombros. Las imágenes de la destrucción que dejó el paso del fenómeno meteorológico son desoladoras. Tan desoladoras como el drama que están viviendo minuto a minuto los acapulqueños.
Esta tragedia debe invitarnos a una reflexión profunda sobre la forma en la que este país ha desarrollado sus destinos turísticos, porque si bien los fenómenos naturales escapan a todo control humano, también es cierto que lo que está viviendo hoy Acapulco no es un asunto aislado. La fuerza destructiva de Otis fue una mezcla de diversos factores climáticos derivados de la crisis medioambiental en la que está inmerso el mundo.
Desde hace varios años, la joya del Caribe mexicano que le arrebató el esplendor a Acapulco ha visto perpleja cómo el paso de un alga que inunda sus playas prácticamente la mitad del año provoca una pérdida considerable de turistas, sin mencionar el daño ecológico a los arrecifes de la zona. Desde la llegada del sargazo, el paraíso del Caribe en la península de Yucatán ha ido languideciendo poco a poco a la par que el crimen organizado, al igual que en Acapulco, se apodera de la zona.
Y todo indica que otros destinos de playa del país pueden corren el riesgo de tener el mismo y triste futuro. Ojalá que no sea así. Ojalá que exista la voluntad política para corregir el rumbo y evitar o prevenir catástrofes mayores a las que ya estamos viviendo.
Porque lo que viene para Acapulco no será nada fácil. La ciudad ha quedado devastada y las estimaciones en pérdidas tanto humanas como materiales aún no son definitivas (algunos calculan que habrá más de 100 muertos y un costo en daños por 20 mil mdd). De ese tamaño es el desastre. Y esto es lo más alarmante, porque la reconstrucción del puerto tomará años y en el interín, sus habitantes padecerán hambre, enfermedades, precariedad, desempleo, en fin, miles de vidas truncadas.
Por eso mismo y ante la amenaza de que un fenómeno natural de estas dimensiones podría repetirse, la reconstrucción de Acapulco debe tomar en cuenta el factor del cambio climático y se debe elaborar un nuevo diseño urbanístico y arquitectónico que contemple este nuevo riesgo. Muchos han hablado de que el puerto jamás será el mismo, de que hay que alejarse de la costa, o también que hoteles y viviendas deben ser mucho más resistentes, así como de la necesidad de contar con protocolos de emergencia. Quizá esta sea la oportunidad de un renacimiento de Acapulco.
Esta es una llamada de alerta brutal del futuro que nos espera si no hacemos algo ya para mitigar los efectos adversos del cambio climático.
Hoy, los acapulqueños están atravesando por un momento terrible y no podemos dejarlos atrás. No podemos dejar que en los vaivenes de la agenda se nos olvidé Guerrero. Acapulco nos necesita y aprovecho este espacio para invitar a mis lectores a que en la medida de sus posibilidades ayuden a esa playa y a su gente que tanto nos han dado. Quizá los mexicanos hemos fallado en muchas cosas, pero nunca en nuestro espíritu de solidaridad, no permitamos que esta terrible tragedia se convierta en la excepción.