Política

Pregunta ineludible

  • Columna de Ivette Estrada
  • Pregunta ineludible
  • Ivette Estrada

Siempre existe una inquietud latente en todos, de manera más o menos perceptible y consciente, la vieja pregunta existencial de ¿por qué estoy aquí? Nos ronda siempre. Es la voz que nos persigue y asalta en cualquier resquicio de silencio, el aguijón obcecado y continuo que a veces tratamos de ahogar en infinidad de actividades sin sentido.

La pregunta suele ser más pertinaz e insistente a medida que pasan los años. Entonces la evasión no basta. Las débiles estructuras que la postergaban se rompen. Reaparece entonces de entre veladuras y acciones que trataban de anularla.

Le tememos. Es la cara más fidedigna de la consciencia, una especie de juez que nos recuerda en cuáles veredas nos extraviamos, es la simpleza de que el tiempo se agota y la misión sigue suspendida en la nada, en ese no-espacio donde va lo pueril e innecesario, incluso lo abyecto.

Tendemos a postergar la respuesta. Pero después aparecen parteaguas de vida que nos remiten a ella. Esos acontecimientos o personas que son definitorias en lo que somos. Y entonces, debemos responder. A veces hay gran ambivalencia, pero en muchos casos solemos encontrarnos dentro de una maraña indescifrable.

No obstante, existen directrices certeras que no debemos obviar: la felicidad, nuestra propia historia de éxitos y la lucecita frágil pero contundente de la intuición. Son nuestra silla de tres patas, lo que nos sostendrá de vendavales e incertidumbre.

La felicidad, y concretamente la emoción, es el mapa más fidedigno de que actuamos conforme a nuestra esencia y seguimos o no directrices afines a la espiritualidad o conexión con lo divino. La meta se representa con la serenidad mientras la indiferencia está cercana a la muerte. El amor está cercano a la felicidad mientras el miedo es lo más próximo al odio.

Entonces, cuando percibimos felicidad en lo que hacemos y las personas con las que nos relacionamos, asumimos que estamos en el camino correcto según nuestra propia misión o contrato sagrado, ese que firmamos antes de arribar a esta realidad tridimensional.

A la inversa, el malestar nos indica que nos alejamos de lo que decidimos venir a realizar en esta vida.

Es posible que las emociones no nos resulten tan claras. Por ello debe tenerse un diario de logros. En ellos identificamos, naturalmente, las actividades y proyectos en los que tenemos mayores éxitos. Refleja la tendencia vocacional que siempre tiene profundos nexos con la misión de vida.

Al tener presentes los éxitos es más fácil descifrar el contrato sagrado.

Finalmente, la propia intuición juega un relevante rol para resolver el añoso enigma de ¿para qué estoy aquí? Y sea cual sea la respuesta, llenará de sentido cada una de nuestras horas y nada parecerá ya fortuito ni vano. Es uno de los encuentros más felices en esta realidad tridimensional. Supera los sueños y las metas baladís.

Por extraño que parezca, la misión o contrato sagrado no se limita a algo que se quiera experimentar, sino a lo que se pueda aportar a los demás. Es una especie de desprendimiento de las propias capacidades y noción de la conexión espiritual lo que nos permite determinar que lo que venimos a hacer en este universo nadie más lo hará. Esto reafirma nuestra propia unicidad y tenderemos a valorar más a los otros y a la propia esencia.

Ivette Estrada
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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