Política

Otras resistencias

“Nunca he escrito para que sea bonito o para hacer una frase bella. Lo que yo escojo es la frase justa.”

Annie Ernaux

Leer desde la incomodidad de las buenas consciencias

(…) Fui prostituta por más de una década (…). Al hoy decirlo frente a ustedes no quiero ser un ejemplo, solo quiero dar testimonio de mi vida confiando que pueda ser útil a otras mujeres (…) Yo puedo (…) Yo soy (…) Nadie volverá a violentarme (…)

Es la voz sin titubeos de Juana que frente a más de doscientas personas ha elegido ese día, ese espacio y ese micrófono para compartir una parte de su vida. Su confesión se trata de un capítulo de su vida, recordemos que la historia de vida de las mujeres no se compone sólo de un pasaje, aún y cuando éste abarque más diez años.

Juana, como se presenta a sí misma, es una mujer habitante del municipio de Silao que no rebasa los 40 años, de complexión media que cubre con un colorido mandil que ya lleva marcas de aceite y azúcar que no serán sencillas de remover. El mandil es herramienta, pero también una prenda cómplice para colocar de manera segura sus manos y sus monedas. La mano izquierda la colocará en la bolsa para controlar el nerviosismo, mientras que con la derecha tomará con determinación el micrófono para hablar ante una audiencia donde ella sabe se encuentran conocidos, vecinos, clientes actuales y algunos clientes del pasado. No importan sus presencias y reacciones, ella ha decidido que es la primera vez que hablará de su historia.

En general ocurre que cuando hemos procesado algunas experiencias las podemos nombrar, no antes. Ella ya tuvo ese proceso de interiorización, hoy puede hablar e incluso hacerlo en voz alta.

Al dejar de ejercer el sexo servicio, y buscando opciones de sobrevivencia, decidió aprender el oficio de panadería, las donas con abundante azúcar son su especialidad. Ya no vende más su cuerpo, varios de sus “clientes del pasado” hoy lo son del presente, y de vez en vez a tono de broma, según lo califica Juana, después de comprarle pan le preguntan si algún día regresarán las “medias horas”, son bromistas y solo lo harán cuando no vengan acompañados de sus parejas, Juana parece disculparlos en sus desafortunadas expresiones, ella logró salir de una condición en la que ellos permanecen.

(…)Conocí las peores formas de vivir, el lodo en mis pies, el piso helado y sentí infinito dolor sin derecho de expresarlo (…) Cuando recuerdo esos días me digo ¡Juana, pisaste la mierda! (…).

Su expresión cala hondo, es imposible perder la mirada de una mujer que está haciendo un examen al pasado, a su pasado, con la misma dureza que lo haría un extraño. Le duele y no perdona a otros el daño recibido, tampoco ella ha logrado su propio perdón.

La prostitución, la esclavitud más antigua y grande de la historia

Nuestro encuentro se da en un mes de noviembre, mes del que nos hemos apropiado desde hace tres décadas las mujeres, muchas de ellas feministas, para realizar ejercicios conmemorativos en el marco del denominado 25N, Día internacional de la no violencia contra las mujeres y niñas, en ese espacio ella decidió hablar y con su testimonio, dar sentido a una conmemoración que en el estado de Guanajuato se sigue construyendo desde un discurso ingenuo, excluyente y oficialista. El testimonio de Juana, por ejemplo, no existe, como tampoco existen las más de 250 muertes violentas de mujeres ocurridas en el 2023.

(…)Lo que me pagaban mis clientes, siempre fue para mí y para mis hijos, ellos eran mi principal pensamiento (…) Cuando vivía situaciones feas, que me golpeaban, cuando me llegaron a desnudar y aventar en la carretera (…) Cuando uno de ellos casi me quita la vida yo solo cerré los ojos y le pedí a Dios ¡porque yo quiero salir de esto, y sí he de morir permíteme despedirme de mis hijos!

(…)Una mujer en el sexoservicio es un trapo, no hay voluntad. No solo porque el cliente paga (…) yo me preguntaba, si grito ¿quién va querer defenderme? La vida de una sexoservidora no vale nada, y si nos matan…así lo merecemos, no habrá quien nos reclamé y de hacerlo no tendrá sentido (…) Somos mujeres odiadas (…) Con el tiempo he entendido que este odio no solo era para nosotras “las prosti”, esta sociedad no quiere a las mujeres ni aunque sean buenas (…)

La cantidad de anécdotas es proporcional a cada noche “de servicios”, imperan los malos recuerdos, la condición de riesgo como una forma de vida y la permanente incertidumbre de los amaneceres que le permitieran volver a ver a casa con sus hijos.

El ¿trabajo? sexual

Originaria del municipio de León, una hija entre diez hermanos, su infancia fue destino. Juana recuerda en su madre a una mujer trabajadora y a un padre que no ejerció violencia contra ningún integrante de la familia. No eran atendidos, crecieron con la buena fortuna de la ley una sobrevivencia, el abandono, una violencia no visibilizada.

Juana es benevolente al romantizar una infancia donde no había tiempo para atenderles, donde la proveeduría de lo mediato rebasa todo aquello “que puede esperar” lazos afectivos, espacios de seguridad y confianza en la familia, tiempo. La precarización de las familias por una diaria lucha de sobrevivencia que tiene efectos individuales y colectivos en sus integrantes. Ayer como ahora, el municipio de León es uno de los municipios con mayor número de pobres, en plural.

Con primaria inconclusa Juana destaca a manera de anticipar cualquier desventaja

(…) No terminé primaria pero sé leer, sé escribir, sé sumar (…) sonará a locura, pero a pesar de que mi padre nunca me golpeó yo sentía el rechazo de mis padres, no me sentía querida y me fui de casa (…) Yo no me perdí en la calle, me perdí en mi casa, en la casa de mis padres (…)

Con 22 años Juana conocerá a quien le ofertará la posibilidad de ejercer el sexoservicio, una actividad que se presentaba fácil y de la que lograría salir viva a los 36 años dolorosamente viva.

(…) Si tú te quieres meter a trabajar lo haces, será cuando tú quieras. (…) ¡Todo parecía tan sencillo!... que así comencé (…) Entonces yo no era mamá, era delgada, joven, tenía un cuerpo bonito (…) y entonces podía cobrar desde $500 hasta $1000 pesos, lo más que llegué a cobrar ¡fueron $2000 pesos un servicio completo! (…) Fui una de las prostitutas que pude decir que quería y que no quería, no todas pueden hacerlo (…).

Cuando llega la reminiscencia del cuerpo joven sin hijos, Juana invoca sin proponérselo el funcionamiento de un patriarcado que otorga mayor valor a los cuerpos de las mujeres intocados, jóvenes, delgados, casi pueriles.

Esta valoración de los cuerpos de las mujeres que no ocurre únicamente en los espacios de sexo servicio, trata y explotación sexual explica mucho de lo que ocurre en los grupos de edad y condición de las mujeres que son seleccionadas para este tipo de trabajo. Se trata de una mirada machista forjada desde la sociedad y extendida en cada espacio público y privado donde se desenvuelven las mujeres. Su valor en función del tipo de cuerpo, de edad, de siluetas.

La maternidad, por ejemplo, condiciona bajos pagos por los mismos servicios. Ser mayor de 30 años otro elemento que devalúa, a esto se agrega, que siendo cuerpos mal alimentados con pocas horas de sueño y uso de drogas y alcohol su edad de apariencia siempre será mayor a la biológica. El cliente pagará lo que quiera, ella deberá estar agradecida por ser seleccionada con imperfecciones, una expresión más de odio a las mujeres y sus cuerpos.

Con “servicios” de media hora o una hora, deficientes cuidados en su cuerpo y su salud, hoy Juana llama “suerte” al hecho de no haberse contagiado de enfermedades. Y tiene razón en invocar a la suerte como una posibilidad que explica lo inexplicable, más de diez años en el sexo servicio con hasta cinco clientes por día, con paupérrimas medidas sanitarias y hoy refiere no tener problemas de salud, “acaso virus del papiloma en segundo grado, apenas tocando la puerta del cáncer”. Es una sobreviviente y parece no saberlo.

Una batalla campal que consiente el patriarcado

Algunos clientes se convirtieron en visitas recurrentes, Juana cree que la selección sobre ella y visitas reiteradas se asociaban con afecto, no solo con servicios. Su mirada de contraste lo hacía en relación a “los otros clientes”. La mayoría que la golpeaban, que la exhibían con otros y otras de las peores formas rompiendo todos los acuerdos de servicios contratados obligándola a actividades sexuales no convenidas.

(…) Uno de mis mejores clientes solo acudía conmigo para que lo bañará, un muy tipo sucio, en algunas ocasiones pedía servicios adicionales, un tipo impotente, enfermo al que yo tenía que hacerle creer que todo estaba bien (…) Esto es lo que yo llamo sacar el dinero de la mierda (…) Te lo platico y aún siento ganas de vomitar (…).

En este espacio de la conversación Juana hace una pausa para recordar a esos clientes que solo acudían para reafirmar todo el cúmulo de sus inseguridades viriles al obligarla a repetir las veces que fuera necesario, el asombro por sus grandes cuerpos, la exaltación por su desempeño sexual, por sus habilidades propias de los machos bien. No importa que pagaran, ellos necesitaban saberse aceptados en ese mundo de códigos masculinos y animales.

Cuando me comparte estos recuerdos me indica no entender para qué pagaban esos clientes que solo querían escuchar ¡mentiras! Ambas nos sentimos cómodas, a esta altura de la conversación me siento profundamente conmovida y no puedo evitar compartir con Juana mis reflexiones en torno a que muchos de esos hombres que le visitaban eran más vulnerables de lo que ella misma podía sentirse frente a ellos. Aunque ella hoy los recuerde grandes y brutales estaban a merced de sus reafirmaciones. Una vez que escuchaban la dosis de masculinidad necesaria, se retiraban satisfechos. Juana fue un espacio de contención sin proponérselo, aún y cuando su aspiración era menos compleja, ingresos diarios para sobrevivir.

(….)¿Sentir dolor? ¡Qué crees! un día dejo de dolerme el cuerpo, aprender a no sentir dolor es posible (…) El dolor me estorbaba para poder trabajar y con ello poder tener ingresos, no es opción sentir dolor, no para todas las mujeres (…). ¿O hambre o dolor? No te puedes permitir sentir ambos ¡o vas por necesidad o vas por necesidad!

El consumo de alcohol y drogas se convierten en paliativos para aligerar cada servicio. Entonces es que cuando entiendo que no es que no haya dolor, es que no permiten que éste sea sentido.

Los ingresos del día eran usados al amanecer en las necesidades de sus hijos, en una especie de paliativo Juana reconoce a distancia que ella regresaba a casa “con suficiente dinero” pero a las horas ya no había nada y comenzaba a endrogarse para cubrir lo pendiente. El circulo no virtuoso de la pobreza, vivir en deuda y regresar a las opciones mediatas de ingreso. Las monedas y billetes que por las mañanas parecían valer “todo el esfuerzo”, a medio día la regresaban a su realidad. No solo no era un trabajo, ni siquiera era remunerado para sobrevivir.

La decisión de abandonar lo que Juana denomina “trabajo sexual independiente” se explica en una discusión con su madre, quien como el resto de su familia desconocía su fuente de ingresos y actividades nocturnas.

(…) Te voy a pedir un favor hija, por un ratero, por un vicioso o por una puta yo no doy la cara (…) Te vas de mi casa y jamás te vuelves a parar (…)

Una relación madre e hija que se construyó desde las ausencias y carencias afectivas concluyó de forma lapidaria, no pudo ser de otra manera.

En sus tres hijos Juana encontrará otros espacios de comprensión, como ella los nombra. Aprendieron a vivir con lo que veían, como alguna vez ella lo intentó con más resignación que comprensión en su infancia.

Conforme fueron creciendo sus hijos, en especial su hija, intentaban detenerla para que no fuera a trabajar. Las conversaciones con las amistades de sus hijos comenzaron a incomodar, ellos entendían las actividades nocturnas de su mamá, les resultaba doloroso y cada vez menos tolerante ¿qué van a decir mis amigos mamá?

Hasta aquí, de la noche a la mañana.

Con la creciente desaparición de mujeres, el aumento de feminicidios en el corredor industrial el miedo tocó a la puerta de Juana.

(…)Afuera de los lugares donde trabajábamos aparecieron cuerpos de mis compañeras, cuerpos muertos, golpeados (…) Yo no quería ser una de ellas (…)

Cuerpos no reclamados, sus muertes violentas no son investigadas, se naturalizan como parte de un entorno que se sabe hostil y donde se asume por autoridades y medios de comunicación que su presencia era voluntaria y seguramente vinculada a otro tipo de delitos, ellas como victimarias, no cómo víctimas ¡cuánta impunidad en esta lectura que se repite cada vez!

Juana logró salir con vida de su trabajo elegido, hoy comparte su espacio de crianza y sobrevivencia con un hombre “menos violento”. Como obsesión está intentando conformar un modelo de familia que sea aceptado en su entorno, necesita ser aceptada y que los suyos lo sean, aunque deba asumir algunas simulaciones. Ese mismo entorno que ignora las complejidades que atraviesan la precariedad, el abandono, la desigualdad y la falta de oportunidades

Desde que abandonó su trabajo su rutina consiste en elaborar diariamente 240 donas. Su jornada inicia a las tres de la mañana, dos horas más tarde estará en calle vendiendo, caminando y ofreciendo su producto. Por día su ingreso es de $2000 pesos, de lunes a domingo. Con eso vive, sobreviven refiere de forma orgullosa,

(…) no es mucho dinero, pero ya no le debo nada a nadie, ya le agarro sabor al pollo (…)

No me lo dice, pero no debe nada, ni siquiera a ella misma, vive otro tipo de carencias que ha sustituido por una paz desconocida.

(…)Consuelo de las que sufren (…)

Como una de las muchas ironías que escriben la historia de las buenas consciencias guanajuatenses, varios de los lugares donde se conservan las anécdotas de horror y miedo de Juana se encuentran ubicados a escasos kilómetros del conocido y visitado sitio religioso, cerro del Cubilete. Una curva que enmarca una serie de establecimientos de popularidad pública para propios y extraños, menos para las autoridades que hace rato han debido verificar la condición que guardan las mujeres y niñas que ahí permanecen, con o sin su voluntad.

Apenas el pasado mes de junio un portal de noticias de cobertura estatal daba a conocer que de acuerdo a las cifras del Secretariado Ejecutivo del Nacional de Seguridad Pública (Sesnsp) la Fiscalía General de Guanajuato había reconocido únicamente 39 casos de trata de personas de 2015 a junio del 2023. La irrisoria cifra reconocida es solo el reflejo de lo que no se quiere ni siquiera nombrar, porque no hay interés de atender.

El testimonio de Juana en torno a “una actividad elegida” hoy es una excepción cuando hablamos de trata y explotación sexual en un territorio donde el discurso oficialista dirige la señal de la santa cruz en la misma dirección donde indulta a posibles pederastas y corruptores.

Les llaman “giros negros”, “zonas de tolerancia”, sin eufemismos en Guanajuato son sitios intocados.


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Iovana Rocha
  • Iovana Rocha
  • Activista insistencialista, feminista de lo cotidiano y aprendiz de la prosa intimista. Escribo sobre las historias de vida de las otras mujeres como un acto de justicia y transgresión.
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