La economía mundial se encuentra en una encrucijada y ha entrado en una nueva era de elevada incertidumbre. Las perturbaciones comerciales amenazan con reestructurar el panorama económico y las relaciones duraderas, que han sostenido la prosperidad mundial durante décadas, se están desmoronando.
Quienes están a cargo de formular las políticas públicas tienen un papel fundamental que desempeñar como fuerza estabilizadora. Sólo una actuación coherente en múltiples frentes puede mantener la confianza pública y garantizar un crecimiento económico sostenible que beneficie a toda la sociedad. La confianza es difícil de ganar, pero fácil de perder.
Una vez que se estabilicen, se prevé que los aranceles comerciales alcancen niveles que no se han visto en décadas, con graves consecuencias para el crecimiento y la inflación. Y ello en un mundo que ya se enfrenta a importantes retos: el aumento en la productividad ha sido persistentemente débil en muchas economías, las finanzas públicas son frágiles y se han acumulado vulnerabilidades financieras.
Los aranceles perjudican tanto al país al que van dirigidos como al que los impone, ya que aumentan los precios y los costos, frenan el crecimiento y crean incertidumbre, lo que retrasa la inversión de las empresas y las contrataciones. Por ello, se prevé que el crecimiento se ralentice de forma significativa en varios países.
La dinámica podría resultar más compleja de lo que prevén los manuales de economía, lo que dificultaría su resolución. La economía mundial no es un conjunto de islas, sino una densa red de interconexiones entre proveedores, clientes, consumidores y las relaciones y el financiamiento que los unen.
La actividad traspasa las fronteras y los productos originados en un país pasan por muchas manos antes de llegar a los estantes de los supermercados o a los concesionarios de automóviles. La interrupción de estas cadenas de suministro podría dar lugar a nuevas sorpresas inflacionistas. Y el desmantelamiento de las redes financieras mundiales podría debilitar el tejido de la economía mundial.
En nuestro último Informe Económico Anual, en el BPI vemos vulnerabilidades —y soluciones— en tres grandes áreas.
En primer lugar, la creciente fragmentación del comercio se suma a una mezcla de retos estructurales antiguos y nuevos en las economías. El descenso del crecimiento de la productividad lastra el dinamismo, que también se ve frenado por el envejecimiento de la población y la menor migración.
Tras la sorpresa de las subidas de precios después de la pandemia, los hogares y las empresas son mucho más sensibles a la inflación. Una encuesta reciente del BPI muestra que los hogares están profundamente marcados por la inflación de la era Covid. Otro aumento de los precios de los alimentos o la energía sería como echar leña al fuego.
Las reformas económicas orientadas al crecimiento son fundamentales para aumentar el potencial y la competitividad de las economías sin absorber las importaciones ni reavivar la inflación. Sólo esas reformas pueden elevar el nivel de vida, mejorar el bienestar económico y dar a la población una sensación de seguridad. Esto incluye decisiones políticas para adoptar medidas duraderas, como la inversión pública en infraestructura y capital humano.
Otra prioridad es eliminar las barreras al comercio, lo que podría ayudar a compensar las pérdidas derivadas de los conflictos comerciales en curso. Se ha hecho más urgente la necesidad de reformar los acuerdos comerciales regionales ya existentes o alcanzar otros nuevos.
En segundo lugar, los niveles de deuda pública se han disparado por encima de los máximos alcanzados en tiempos de paz en muchos países. Para algunos, el costo del servicio de esa deuda es comparable con el gasto en educación, defensa o pensiones públicas, lo que los hace vulnerables a perturbaciones que podrían impulsar la inflación o provocar tensiones financieras, poniendo en peligro la estabilidad financiera.
Es fundamental situar las finanzas públicas en una senda sostenible. Para muchos países, esto significa reducir los elevados déficits fiscales y reconstruir los colchones de gasto para disponer de margen de maniobra para amortiguar futuros golpes y reforzar las reformas estructurales. Unas finanzas públicas sólidas inspiran confianza, tanto en los inversionistas como en el público en general, y permiten la prosperidad a largo plazo.
En tercer lugar, en las últimas décadas se han producido profundos cambios estructurales en el sistema financiero mundial. El nuevo panorama tiene como protagonistas a los mercados de bonos públicos y a los gestores de activos, en lugar de a los bancos. Además, los mercados de bonos soberanos están llamados a crecer aún más con las políticas fiscales expansivas.
Su creciente presencia plantea riesgos para la estabilidad financiera, sobre todo porque la actividad se desarrolla cada vez más en ámbitos de los mercados financieros no regulados y poco supervisados. Más fundamentalmente, el auge de las entidades no bancarias ha reforzado las conexiones financieras transfronterizas, ya que los fondos de inversión absorben el flujo de bonos soberanos. La mayor interconexión provocada por estos cambios ha facilitado la transmisión internacional de las perturbaciones financieras, incluso entre las principales economías.
Estos retos exigen un enfoque holístico por parte de los supervisores y reguladores. Para los bancos, es imprescindible adoptar los estándares de Basilea III para reforzar la regulación y aumentar la resiliencia mediante una supervisión eficaz y una gestión adecuada del riesgo en todas las regiones. Para las entidades no bancarias, esto significa regular con el mismo rigor las actividades que plantean riesgos similares.
Para los bancos centrales que se enfrentan a perspectivas de crecimiento más lento y mayor inflación, una lección clave de la pandemia es que la inflación puede surgir de fuentes inesperadas. Los bancos centrales deben hacer frente a las consecuencias inmediatas sin perder de vista las debilidades más profundas que ponen en peligro la resiliencia económica.
El éxito dependerá de que se mantenga la confianza del público en la capacidad de los actores políticos de actuar al servicio del interés público. La estabilidad de precios es difícil de lograr, y aún más si las políticas públicas tiran en direcciones opuestas.
La confianza en el compromiso de los bancos centrales con preservar la estabilidad de precios fue decisiva durante la pandemia y ahora debe servir de bandera para que los demás se unan. Los reguladores y los gobiernos deben colaborar estrechamente con los bancos centrales para estabilizar y garantizar el futuro, en beneficio de todos.