Los sobresaltos, los sofocones y las reacciones intempestivas que se dieron la semana pasada son una muestra de cómo viene la mano para la economía latinoamericana. Con las advertencias de la imposición de aranceles a México, Canadá y China por parte de Estados Unido se dieron rápidas negociaciones en busca de evitar dichos aranceles y los efectos negativos que podrían darse en cuanto a las exportaciones, los precios, el consumo, el empleo y un largo etcétera. Pero aunque haya treguas, las amenazas arancelarias siguen y esto no sólo abona a la incertidumbre sino que pinta obstáculos en el camino.
Imaginen el escenario de una América Latina en desaceleración que en 2025 estima un crecimiento de alrededor de 2.4 por ciento promedio. Con economías que se están frenando, que no tendrán el dinamismo suficiente y que, por lo tanto, no tienen las mejores perspectivas de generación de empleos e ingresos, el contexto agitado por los aranceles y los tambores de guerra comercial empeora las proyecciones. Dicho de otro modo: antes de las escaramuzas arancelarias ya se vislumbraba un año complicado. Ahora se ve complicado, incierto y sobresaltado.
Mientras el gobierno de Donald Trump anuncia que en breve se aplicarán aranceles que afectarán a diversos países, el temor generalizado es que las medidas tengan como resultado el aumento general de los precios y no sólo en Estados Unidos y las economías directamente afectadas por los aranceles, sino que la suba se extienda a nivel internacional. Hay mucha incertidumbre, mucha especulación y en el aire flota la idea que tan bien representó Gabriel García Márquez en el aquel cuento que habla de que “algo muy grave va a suceder”.
En el contexto de incertidumbre, de aranceles y negociaciones apuradas, lo cierto es que los países latinoamericanos enfrentan –particularmente– el reto de un año de desaceleración agudizada por las inminentes trabas a las exportaciones y al comercio. Un año difícil al que se le suman obstáculos en forma intempestiva. Y en algunos casos, como México, esto se complica más por la dependencia del mercado de Estados Unidos: más del 80 por ciento de las exportaciones tienen como destino al vecino del norte, en tanto otras fuentes de ingreso como las remesas, el turismo y las inversiones también están atrapadas en esta dependencia.
Hay dos momentos cruciales frente a este camino sobresaltado: en el corto plazo se requieren acciones para negociar los aranceles y las condiciones para el comercio, así como el incentivo a las inversiones y el consumo en los mercados internos. Se trata de impulsar desde dentro los emprendimientos, las inversiones, el comercio y el dinamismo interno.
Y en el largo plazo nos falta lo de siempre: mejorar la calidad de la oferta exportadora, diversificar los mercados de destino, invertir en competitividad y en innovación, para lo cual sabemos que hay que reforzar la ciencia, la tecnología y la educación. La urgencia debería apuntar a dejar de ser economías precarias, dependientes y lentas frente a escenarios cambiantes, accidentados e intempestivos.