"No hay presupuesto", se ha convertido en el eslogan preferido de las universidades cuando se trata de invertir en actividades estratégicas que contribuyan a la investigación, docencia y extensión de calidad. Paradójico, sí hay presupuesto para contratar a personal innecesario y para mantener a otros tantos que no aportan una pizca de innovación. Sí hay presupuesto para certificaciones insulsas sin impacto académico. Sí hay presupuesto para impartir talleres "ejecutivos" por parte de los herederos de la mayéutica socrática (coaching) para salir de la zona de confort. "Pobre Sócrates, fue el primer coach sin saberlo ¡Gracias a dios! o se habría bebido una doble dosis de cicuta-. Al ser la universidad fuente de la reflexión, la crítica inteligente, el cultivo de la ciencia y la técnica al servicio de la sociedad, debiera mostrar hacia el exterior su convicción y práctica ética, pero en la realidad no sucede así -particularmente en las privadas-. La vida universitaria es un bestiario, una fauna de raras especies que ocupan puestos estratégicos y en las que se gestan procesos administrativo-académicos autocomplacientes y sordos a las razones.
Las universidades se asfixian y sufren una regresión similar a su brumoso inicio a finales del siglo XII, cuando carecían de infraestructura. Las tensiones ético-profesionales se acentúan en algunos negocios con fachadas de "universidades", quienes imitan el principio de todo espectáculo educativo, cuyo fin es dar al cliente lo que pida, instalar una concepción de mercado y egresar un profesional sin contar con un perfil de egreso básico. La guerra cognitiva en las aulas, se genera contra el conocimiento fácil y recetista que demandan innumerables estudiantes, y que, para variar increíblemente se perciben "encerrados" y "sometidos" al ejercicio de pensar. A veces, lo más lamentable es constatar que a través de una falsa concepción de libertad; las aulas se han convertido en verdaderas J-aulas que producen siervos y tiranos al mismo tiempo.
"No hay presupuesto", pero se concibe a los estudiantes como materia prima y la obsesión se centra en retener y aumentar la matrícula, abaratando costos y no invirtiendo en la calidad de sus docentes, ni en la consolidación de sus modelos educativos. Cuando los profesores no problematizan, ni reflexionan, ni forman a sus estudiantes con rigurosidad exigencia ni compromiso en una disciplina, con tal de mantenerse en un lugar, se convierten en cómplices de una farsa que tiene precio y, lo que sucede es que precisamente, creamos barracudas cuyas frases serán: "No me gusta pensar", "que no sea tan aburrida la clase", "pónganos a jugar Profe", "me gusta la carrera pero no me gusta leer", "ojalá que no haya mucha tarea", "que los exámenes sean para llevar", "no hay información, no encontré nada en Google"...y al final: "quiero mi título ¿ya pagué, no?".
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