Política

La Estafa

Se veía no como una opción sino como la única salida al desastre en que nos encontrábamos. El proyecto de nación que propuso Andrés Manuel López Obrador en 2018 era la salida a un hilo de corrupción, impunidad y muerte que parecía se extendería de proseguir el PRI o el PAN.

La apuesta de AMLO en ese 2018 fue de sumatoria. Añadió a cuadros de la clase media, insistió en que escucharía a todos los miembros de la sociedad, combatió la desinformación con datos y con apertura, realizó estrategias de convencimiento que ocuparan los espacios que el candidato no quería llenar -ya fuera por desidia o impericia-.

Sí, logró aceitar una buena táctica de movimiento territorial para que el día de la elección las bases salieran y pudieran apoyarlo, pero López Obrador nunca hubiera llegado a la presidencia sin la combinación de hartazgo al status quo y la nueva cara de un nuevo país donde, efectivamente, se viera primero por los pobres pero sin abrir un abismo entre los desprotegidos y la clase dominante.

Al llegar, el discurso cambió y las acciones fueron torpes. Ganó el radicalismo -y los negocios de terceros- en decisiones de infraestructura básicas para ganar confianza de las clases medias. La presión a medios y periodistas se acrecentó a través de granjas y medios digitales pero, también, con amenazas a dueños de medios que se vieron perseguidos en auditorías o en concesiones vencidas -ya no digamos publicidad oficial-. Se echaron a andar programas sociales que se convirtieron en botines clientelares en búsqueda de cuadros y votos. Se escogieron obras que privilegiaran el desarrollo del sur del país, pero terminaron siendo más caras y sin control de costos y daño ecológico. El combate a la pobreza se encontró con falta de fondos, pero también con desvíos y la falta de congruencia entre el discurso del presidente y las acciones de gente allegada a él, comenzando por sus hijos y esposa.

Comenzó el alejamiento de las clases medias y los moderados del equipo. Hoy, se encuentran aquellos que buscan permanecer en el siguiente sexenio o los que han ganado -influencia, poder, dinero- como nunca lo pensaron en su vida. Todo, sosteniendo discurso a partir de la única pieza del engranaje que funciona: la conferencia de prensa matutina. Ahí, el presidente ha comenzado a repetir mentiras y ataques para intentar, desde la radicalización, controlar la sucesión.

Los números no dan: la economía no crecerá a lo prometido y, de hecho, estará peor que en los números del pasado; la inseguridad no solo continúa en altos números sino que la impunidad permite que suceda todo: atentados, asesinatos entre particulares y familiares, robos en cada esquina y, por supuesto, el descarado dominio del Crimen Organizado. Salud y educación en crisis. Promesa fallida.

En una democracia normal, el fracaso en hechos tendría al equipo gobernante en la puerta de salida. En México, la popularidad del presidente y lo impresentable de la oposición nos pone en la antesala de un nuevo periodo de Morena.

Nos gustan las estafas. Nos gusta creer en Santa Claus.

Gonzalo Oliveros


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