Política

El capitalismo no está roto, está mal jugado

Luis M. Morales
Luis M. Morales

A muchos les incomoda la palabra “capitalismo”. Se les atraganta. Suena a desigualdad, a abuso, a puertas cerradas para quienes no nacieron con privilegios, con una red de contactos o con apellidos de abolengo. Y sí, reconozcámoslo: el modelo ha sido manipulado y usado por quienes entendieron que podían torcer las reglas a su favor sin romperlas… al menos en papel. Pero el problema de fondo no es el sistema; el verdadero daño ha sido cómo se ha jugado.

El capitalismo bien entendido es una máquina de oportunidades; es imperfecto, sí, pero es también el único modelo que ha demostrado, cuando se juega limpio, su capacidad para generar riqueza, innovación y libertad. La clave no es dinamitarlo, sino reconstruirlo, con inteligencia, con estrategia y con un nuevo código de juego que obligue a todos a moverse con ética y visión colectiva.

Para empezar, el ecosistema emprendedor necesita oxígeno y condiciones reales para crecer, porque muchas veces es un acto de resistencia, no de visión ni de innovación porque el gobierno, en lugar de sentar las condiciones para que florezcan proyectos productivos, se ha empeñado en crear un laberinto kafkiano lleno de trabas, trámites y obstáculos que desgastan al más motivado.

Imaginen todo lo que podríamos lograr si el gobierno jugara del lado del emprendedor, si dejara de sospechar de cada negocio como si fuera culpable hasta demostrar lo contrario, si la burocracia se convirtiera en acompañamiento y no en un pesar, si entendiera que la agilidad para emprender genera empleos, activa la economía, levanta industrias y recaba impuestos de forma natural. ¿Difícil? Sí. ¿Imposible? Para nada.

Ahora, tampoco se trata de cargarle toda la responsabilidad al gobierno porque esto es un tablero compartido. Al emprendedor también le toca asumir su rol con integridad: nada de atajos, nada de “a ver si me ahorro esto o lo otro”. Jugar bien significa construir negocios sólidos, que cumplan con la ley, que paguen impuestos, que ofrezcan sueldos dignos, prestaciones reales y de ley y, sobre todo, que generen valor en toda su cadena, porque claro que se puede ser rentable sin destruir a quien trabaja contigo, y quien diga lo contrario, simplemente no ha aprendido a jugar bien.

Las cámaras empresariales y asociaciones también tienen un rol, deben dejar de ser adornos institucionales y volverse verdaderos agentes de cambio, de presión política y de diseño de políticas públicas. Necesitamos gremios que eleven la conversación, que representen a los que sí trabajan, sí producen, sí generan, que desarrollen propuestas claras, viables y con visión de largo plazo en conjunto con el gobierno, porque si solo funcionan como espacios para networking de ocasión, estamos desperdiciando un músculo enorme de transformación.

Y, por supuesto, hay que hablar del elefante en la habitación: los oligopolios. Esas estructuras anticuadas y blindadas que funcionan como castillos medievales dentro del sistema. Los ejemplos sobran, desde los notarios que heredan el poder como si fuera un trono, hasta sectores controlados por unos cuantos que se reparten el pastel entre ellos, cerrando la puerta a la competencia real. Eso no es capitalismo, es feudalismo con corbata.

Para que el libre mercado funcione tiene que ser verdaderamente libre, con reglas claras y con legalidad, pero también con apertura, con piso parejo, con acceso real a oportunidades, sin padrinazgos, sin “cuotas”, y sin necesidad de arrodillarse ante estructuras caducas. Si queremos un país más justo, no podemos permitir que los privilegios se mantengan eternos por decreto o por apellido.

Reconstruir el capitalismo es una tarea colectiva, no se trata de romantizar el emprendimiento ni de esperar que el Estado resuelva todo, sino de entender que cada uno tiene una pieza en este tablero: el gobierno, facilitando; el empresario, construyendo con ética; las asociaciones, representando intereses con dignidad, y todos juntos, generando valor.

Porque al final del día, emprender no es una lucha contra el sistema, es una oportunidad para rediseñarlo desde adentro, para demostrar que sí se puede crear riqueza y distribuirla con inteligencia, que se puede competir sin destruir y liderar sin explotar.

A quienes están en el juego empresarial: este es el momento, no se trata solo de ganar y aplastar al resto, sino de cambiar las reglas para que todos podamos jugar. Construyamos cadenas de valor donde cada eslabón tenga fuerza, oportunidad y dignidad, apostemos por un modelo donde el éxito de uno potencie a los demás, repartamos la riqueza sin miedo, generando prosperidad sin culpa porque cuando todos ganan, el juego se vuelve infinitamente más poderoso.

Y sí, claro que el capitalismo puede renacer pero necesita nuevos jugadores… y nuevas reglas. ¿Quién mueve la primera ficha?


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Giulliano Lopresti
  • Giulliano Lopresti
  • Emprendedor, inversionista y líder empresarial
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