Lo malo de los buenos propósitos de año nuevo, es que tarda uno más tiempo en formularlos que la mente en olvidarlos. Esto se debe a que la mayor parte de ellos nacen producto de la mediocridad, carecen de ese toque heroico que caracteriza a las grandes empresas. Y así es como va uno escribiéndolos uno a uno en papel, como bajar de peso, aprender inglés, dejar de fumar, hacer ejercicio… en fin, y ni quién se preocupe de que quien escriba todo esto no lo cumpla, pues quien los formula no cuenta con más fuerza para cumplirlos que su débil fuerza de voluntad, tan volátil como la pelusa más fina frente al ventilador.
Esto me hace recordar a mi compadre Mauricio, quien hace dos días nos anunció con voz melodramática, mientras acariciaba con nostalgia su vaso tequilero: “Esta es la última”. Nadie le hizo caso, ni siquiera lo volteamos a ver. “¿Qué, no me creen?” Preguntó, pero no le contestamos. Levantó su vaso y lo miró reflexivamente, tomó un pequeño sorbo como quien saborea un elixir mágico y dijo: “No, no me creen y es que la verdad esta canijo” comentó para sí mismo dándose por derrotado antes de empezar. Si hubiese dicho por ejemplo, este año me aviento a tomar el Palacio Nacional con una piedra al lomo, como el Pípila, seguramente todos le habríamos apoyado y ya viviríamos en Palacio en la habitación de al lado al presidente.
¡Ah! ¿y qué tal mi tía Josefina, que de tan gordita nunca le he podido dar un abrazo? Ella cada año promete que va a adelgazar, que a partir del primer día del año nuevo empieza la dieta. Pero ha de verla usted en el recalentado de año nuevo, ¡se hace unas tortas de romeritos! que no sé cómo le hace para levantarlas del plato. Eso sí, mientras pasa su bocado recuerda su promesa y dice “Mmm.. bueno, mejor empiezo la dieta después de la Candelaria, pues ¿cómo dejar pasar los tamales, no?”
Y así pasa con hacer ejercicio, aprender inglés, propósitos y más propósitos que por su grisura, y por la falta de voluntad, cada año pasan sin pena ni gloria. Quizás deberíamos escoger propósitos más sencillos, como no olvidar ponerse desodorante, no picarse la nariz, o procurar decirle buenas tardes al vecino, aunque nos caiga gordo. En fin, cosas más fáciles de cumplir. O bien, dejar de escribir los propósitos en un hielo y armarse de 10 mil carretadas de fuerza de voluntad. Pues total, ¿quién dice que no se puede? Y a ti ¿qué te dice el espejo?
Gina Serrano