Gil cerraba la semana taladrado por la duda: ¿Alfredo Adame tiene cerebro? La respuesta es muy sencilla: no. ¿Pero cómo un señor sin cacumen puede ser candidato de un partido (es un decir) político para una diputación? La respuesta es de nuevo simple: porque estamos jodidos. Gil caminaba sobre la duela de cedro blanco pensando estas cosas importantes cuando encontró un breve libro de Umberto Eco: Contra el fascismo (Lumen, 2018). En 1995. Eco fue invitado a la Universidad de Columbia para conmemorar el aniversario de la insurrección general de la Italia del Norte contra el nazismo y pronunciar ahí una conferencia. Gilga acopia algunos subrayados y los acomoda en esta página del fondo.
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La primera característica del fascismo es el culto a la tradición. Es suficiente mirar el texto fundacional de cualquier movimiento fascista para encontrar a los principales pensadores tradicionalistas. El tradicionalismo implica el rechazo de la modernidad.
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El irracionalismo se deriva también del culto a la acción por la acción. La acción es bella de por sí y, por tanto, debe actuarse antes de y sin reflexión alguna. Pensar es una forma de castración. Por eso la cultura es sospechosa en la medida en que se le identifica con actitudes críticas. Desde la declaración atribuida a Goebbels (“Cuando oigo la palabra ‘cultura’ echo mano a la pistola”), hasta el uso frecuente de expresiones como “Cerdos intelectuales”, “Estudiante, cabrón, trabaja de peón”, “Muera la inteligencia”, “Universidad, guarida de comunistas”, la sospecha hacia el mundo intelectual ha sido siempre un síntoma del fascismo. El mayor empeño de los intelectuales fascistas oficiales consistía en acusar a la cultura moderna y a la intelligentsia liberal de haber abandonado los valores tradicionales.
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Ninguna forma de sincretismo puede aceptar el pensamiento crítico. El espíritu crítico realiza distinciones, y distinguir es señal de modernidad. En la cultura moderna, la comunidad científica entiende el desacuerdo como instrumento del progreso de los conocimientos. Para el fascismo, el desacuerdo es traición.
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El desacuerdo es, además, un signo de diversidad. El fascismo crece y busca el consenso explotando y exacerbando el natural miedo a la diferencia. El primer llamado de un movimiento fascista, o prematuramente fascista, es contra los intrusos. El fascismo es, pues, racista por definición.
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El fascismo surge de la frustración individual o social. Lo cual explica por qué una de las características típicas de los fascismos históricos ha sido el llamado a las clases medias frustradas, desazonadas por alguna crisis económica o humillación política asustadas por la presión de los grupos sociales subordinados.
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Los seguidores deben sentirse humillados por la riqueza que ostentan sus enemigos y por su fuerza.
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El elitismo es un aspecto típico de toda ideología reaccionaria, al ser fundamentalmente aristocrático. En el curso de la historia, todos los elitismos aristocráticos y militaristas han implicado el desprecio de los débiles.
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El fascismo no puede evitar predicar un “elitismo popular”. Cada ciudadano pertenece al mejor pueblo del mundo, los miembros del partido son los ciudadanos mejores, cada ciudadano puede (o debería)convertirse en el miembro del partido.
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El fascismo se basa en el “populismo cualitativo”. En una democracia los ciudadanos gozan de derechos individuales, pero el conjunto de los ciudadanos sólo posee influencia política desde el punto de vista cuantitativo. (se siguen las decisiones de la mayoría). Para el fascismo, los individuos no tienen derechos, y el “pueblo” se concibe como una cualidad, una entidad monolítica que expresa la “voluntad común”. Puesto que ninguna cantidad de seres humanos puede poseer una voluntad común, el líder se erige como su intérprete. Habiendo perdido su poder de mandato, los ciudadanos no actúan, son llamados sólo pars pro toto (una parte por el todo) a desempeñar el papel de pueblo.
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Como todos los viernes de pandemia, Gil toma la copa consigo mismo. Así dejará caer un chorro de Glenfiddich 15 en vaso corto mientras repite en voz alta la frase de D. H. Lawrence: “Tenemos que vivir. No importa cuantos cielos hayan caído”.
Gil s’en va
Gil Gamés