Repantigado en el mullido sillón del amplísimo estudio, Gil pensaba en las destrucciones de la gran empresa Demoliciones Liópez, S. A. de C.V. No la menor de estas devastaciones ha ocurrido en el lenguaje político. Esta destrucción la encabeza desde hace cinco años el Presidente, y como lo que hace la mano hace la tras, lo siguen sus empleados y muchos de sus seguidores.
Esta degradación le pone a Gilga los pelos de punta: cuánta majadería, cuánta infamia, cuánta ofensa, cuánta injuria. El Presidente no ignora, sí, Gamés ha escrito “no ignora”, que el lenguaje violento siempre termina, por alguno de sus perímetros alambrados con insultos, en hechos violentos.
Y no le vengan a Gamés con la cantaleta de que el Presidente replica, polemiza circularmente ante los ataques de sus críticos: el presidente más atacado de la historia. Sí, anjá. Gil se pone serio y conceptual: no se la prolonguen s’il vous plait. Por cierto, Gil insiste en este asunto: todo mundo ha comprado la idea de la polarización. Esa idea es una trampa, ¿de qué hablamos cuando hablamos de polarización? Lo que Gilga ha visto en estos años es una defensa difícil, una resistencia cívica a los ataques presidenciales desde el púlpito de la mañanera. Empresarios, periodistas, políticos, representantes de la Iglesia han sido agraviados por pensar distinto al Presidente. ¿Cuál polarización?
Una muestra de botón
En ésas estaba Gil cuando leyó una nota de Alberto Morales en su periódico El Universal en la cual pudo leer que “el presidente Andrés Manuel López Obrador advirtió que serán los padres de familia y los maestros, no las autoridades corruptas, quienes decidan si se distribuyen los libros de texto gratuitos en Chihuahua y Coahuila. Ya empezamos a entregarlos, en algunos estados no se va a poder, muy pocos, porque ahí se amacollaron algunos gobernadores y una gobernadora con un ministro deshonesto de la Corte, que así rápido les dio un amparo. Pero eso no les va a funcionar porque van a decidir al final de cuentas los padres, madres de familia y los maestros, no los gobernantes o las autoridades corruptas”.
Lean por piedad: “van a decidir los padres, madres de familia y los maestros, no los gobernantes o autoridades corruptas”. Puestas así las cosas podrían demoler la SEP, ¿para qué se necesitan los expertos en educación? Para nada, como lo prueban los nuevos libros de texto. Al encabezar una reunión de evaluación de los Programas del Bienestar, Liópez dijo que su gobierno seguirá adelante con su estrategia de educación: “los conservadores están enojados con los nuevos planes de estudio porque quisieran que la gente no conociera lo que es la realidad económica y social del país”. Pobre Gilga, no da crédito y cobranza.
El volumen subía: “no quisieran ellos que se les descubriera que son unos reverendos ladrones. Como ahora los contenidos de libros hablan del humanismo y la ciencia, sí queremos científicos, físicos, matemáticos, buenos químicos de mucho corazón, no queremos científicos con el corazón endurecido, queremos científicos con humanismo que le tengan amor al prójimo. Para eso son los nuevos libros”.
La verdad sea dicha (muletilla patrocinada por Morena en pleno), a Gil le gustó eso de los corazones endurecidos de los científicos sin humanismo. Gil pensaba que los libros de texto eran para aprender a escribir, a sumar y restar, para saber la geografía y la ciencia natural. El salto a los científicos de corazón de piedra es sencillamente un delirio entre racimos de delirios. ¿A cómo el kilo de delirio? Llévelo: está barato.
Sigue la mata dando
Y el volumen subió más hasta reventar las bocinas del lenguaje. El presidente Liópez confió en que el pueblo seguirá apoyando la transformación, pues los saqueadores, racistas y clasistas se van a quedar con las ganas de seguir robando: “A robar a otra parte, al carajo los corruptos”, y recordó que las autoridades se tienen que acostumbrar obedeciendo al pueblo.
“Al carajo”. Gil pregunta: ¿no hay acaso una degradación del lenguaje, una demolición majadera? Ya de plano “se van al carajo, ladrones” sin ofrecer prueba alguna, sin matizar, es decir, sin filtro, el Presidente es todo él un superyó.
Todo es muy raro, caracho, como diría Italo Calvino: “Un país que destruye la escuela pública no lo hace nunca por dinero, porque falten recursos o su costo sea excesivo. Un país que desmonta la educación, las artes o las culturas, está ya gobernado por aquellos que sólo tienen algo que perder con la difusión del saber”.
Gil s’en va