Repantigado en el mullido sillón de su amplísimo estudio, Gil leyó las declaraciones del embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, y cantó al divo de Juárez: desde que te conocí, vi la vida con dolor. Salazar ha dicho que México requiere de las inversiones de las empresas estadounidenses en el sector eléctrico por lo que el diálogo es muy importante: “hemos tenido muchísimas reuniones con las empresas que generan cientos de miles de trabajos en todo México y queremos asegurarnos de que van a tener la energía que se requiere para el desarrollo de la economía de México, pero ese desarrollo tiene que ser dentro de este marco que tenemos en la cadena de suministro de Estados Unidos y México”.
¿Cómo la ven?, sin albur. Salazar se detuvo en el hecho nada despreciable de que las empresas estadounidenses han invertido más de mil millones de dólares en energías limpias en México, por eso su preocupación por la reforma eléctrica. Así o más claro, medita Gil. Si a esta declaración de principios se le agrega la imposibilidad de Morena para obtener los votos necesarios para impulsar la reforma eléctrica en el Congreso, puede usted estar convencido de que la reforma eléctrica del presidente Liópez Obrador morirá en el camino. Con la pena. Corajón y vámonos contra el INE y desquitamos nuestro coraje.
Todo es muy raro, caracho, como diría Schopenhauer: “La cólera no nos permite saber lo que hacemos y menos aún lo que decimos”.
Clase mundial perseguida
Gil notó que una noticia breve se perdió en el vendabal de nuestra vida pública. La leyó en su periódico El Universal e informa que “la científica mexicana Julia Tagüeña Parga es reconocida con el Premio TWAS 2021, este galardón, cedido por la Academia Mundial de Ciencias, organización autónoma e internacional, la cual -desde 1985- reconoce a las y los estudiosos más reconocidos, gracias a contribuciones significativas para el avance de la ciencia. Este reconocimiento coincide con la acusación de 31 científicos, integrantes del Foro Consultivo Científico y Tecnológico del que la doctora en ciencias forma parte”.
Oigan o lean esto, da lo mismo: para otorgar el Premio TWAS 2021 para la Popularización y Comprensión de la Ciencia, de entrega anual, la Academia evalúa a un cuerpo de más de 2 mil científicas y científicos de más de 100 regiones alrededor del mundo. Este organismo -además- ofrece subvenciones, becas, revisión por pares y reconocimientos a la investigación, mediante el financiamiento de la Unesco que, desde 1991, asumió la responsabilidad de los fondos del TWAS, así como se encarga de monitorear al personal del centro.
Tagüeña Parga, informa la nota de su periódico El Universal, “dedicada a la investigación en física del estado sólido y a la comunicación de la ciencia, desde comienzos de su vida científica, ha presidido múltiples cargos de repercusión científica, al desempeñarse como directora general de Divulgación de la Ciencia de la UNAM entre el 2004 y 2008”.
Gil se ha enterado que de enero de 2019 al 31 de diciembre de 2020, la doctora Tagüeña asumió el cargo como coordinadora general del FCCyT, época en que se presentó una iniciativa para reformar la Ley de Ciencia, en la búsqueda de suspender las convocatorias, en materia de investigación, que pudieran afectar los recursos presupuestales del Conacyt, decisión con la que no estuvo de acuerdo el Foro Consultivo.
El nuevo Consejo Nacional del Conacyt, implicó la desaparición del FCCyT, como un organismo autónomo. “En este contexto”, prosigue la nota, “los 31 integrantes del Foro Consultivo han sido acusados por cuatro delitos distintos, de los cuales ya se abrió una carpeta de investigación. Hasta la fecha, siete de los ex funcionarios han declarado frente a la FGR”. De verdad: ¿estamos locos? ¿Perseguimos a nuestros científicos de clase mundial? Algo anda muy mal si nuestros científicos tienen que declarar por delitos fabricados e infamaciones ideológicas. Sí, algo anda muy mal.
Gabinete de curiosidades
“El Penitente”
Robert Louis Stevenson
Un hombre se cruzó con un muchacho que sollozaba.
–¿Por qué lloras –le preguntó.
–Lloro por mis pecados –dijo el
muchacho.
–No debes tener mucho qué hacer –observó el hombre.
Al día siguiente volvió a cruzarse con él. De nuevo el muchacho estaba llorando.
–¿Por qué sollozas ahora? –preguntó el hombre.
–Porque no tengo nada para comer –dijo el muchacho.
–Yo sabía que esto iba a terminar así –dijo el hombre.
(Eduardo Berti: Los cuentos más breves del mundo. De Esopo a Kafka. Páginas de Espuma. 2009).
Gil s’en va
Gil Gamés