Gil dudaba: ¿qué escribir en este día? Pero escribir de verdad, no sus gacetillas diarias. Y piense y piense, hasta que, ¡eureka!, las musas entran en tropel por la ventana. Aquí vamos: Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté la mano en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. “No dejes de ir a visitarlo –me recomendó–. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura que le dará gusto conocerte”. Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que sí lo haría y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aún después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.
Aigoeei, qué párrafo se acaba de reventar Gilga. Le suena como prosa de los cielos. Y es que a veces Gamés se pone muy cañón con la prosa. Y no empiecen con que este párrafo ya lo habían ustedes leído, nadie lee nada, por cierto. Gil y Yasmona, perdón, Yasmina, lo saben, los párrafos son ojéis, nadie los pone en orden. Dirán lo que quieran, pero este es el párrafo de una breve novela que lleva avanzada Gilga. Cuando la termine la llevará al FCE, pero dicen que hay un editor que se apellida Chumacero. Pero esa es harina de otro Guzmán.
Perisur
Gilga abandonó la inacción y decidió ir a Perisur. Más bien al estacionamiento de Perisur. Con un poco de suerte encontraría algunos de los billetes que se dice, se cuenta, los sicarios entregan a policías en maletas repletas, tan repletas que se les desbordan los billetes verdes. Allá iba Gamés mirando el asfalto del estacionamiento de Perisur, pero nada de nada, ni un dólar. Seguro alguien pasó antes la aspiradora. Todo esto viene a cuento porque El Grande, testigo protegido en el juicio contra García Luna, afirma que le entregaba millones de dólares al ex secretario de seguridad en el estacionamiento de Perisur.
Momento, Gil no ha dicho que esto sea falso, pero ocurre que no hay prueba de que haya sucedido. Gilga es corto de entendederas y no sabe cómo un asesino a sueldo, operador de Arturo Beltrán Leyva, puede ser un personaje con credibilidad en el fango de un juicio. Pero en fon. De que García Luna recibía dinero, de que él favoreció a tal cártel, puede ser, pero nadie le explica al respetable a cuántos y cuántas asesinó El Grande, a quienes torturó, a quienes despojó de sus propiedades. Como sea, sin pruebas, los dichos de este asesino no tienen efecto alguno, aunque lo tengan. ¿Qué hacemos sin pruebas, lo colgamos de la horca en la plaza del pueblo?
Extraño acuerdo
A Gil se le ponen los pelos de punta: Sergio Villarreal Barragan, El Grande, asegura que no forma parte de su acuerdo con el gobierno de Estados Unidos presentar videos, fotografías, audios o documentos que comprueben el vínculo de García Luna con el cártel de Sinaloa. Esto lo leyó Gil en su periódico MILENIO en una nota de Juan Alberto Vázquez y Ángel Hernández. En el segundo día de testimonios de la Corte en Nueva York, el operador de los Beltrán Leyva respondió al contrainterrogatorio del abogado del ex secretario de Seguridad. Luego viene el asunto de los 700 millones de pesos que el Presidente quiere recobrar para su recaudería. Veamos: ¿Gil considera que García Luna está libre de culpas? No, para nada, ¿pero solo el bla-bla-bla de un asesino servirá de prueba?
La novela imposible del narco cuenta que Beltrán Leyva ordenó el secuestro de García Luna porque dejó de responder a sus llamadas telefónicas en medio de operativos constantes del Ejército contra su organización criminal.
¡Madre de Dios! Todo esto le da miedo a Gilga, pero al mismo tiempo le trae dudas, ¿de verdad le vamos a creer a un asesino?, insiste Gamés.
Todo es muy raro, caracho, como diría Groucho Marx:“Hay tantas cosas en la vida más importantes que el dinero. ¡Pero cuestan tanto!”