Los ataques terroristas contra la población civil de Israel no aceptan más que la condena y la indignación. Como escribió Julio Patán, no se admiten peros, los periodistas de los “peros” se lavan la cara con sosa cáustica. Amos Oz, el gran escritor israelí, ha aparecido varias veces en esta página del fondo. Gil piensa que en los libros hay respuestas a algunos asuntos de la vida de todos los días. Un breve ensayo publicado por la editorial Siruela, Las cuentas aún no están saldadas, revela lo que pensaba Oz del conflicto de Israel con Palestina. Lean esto:
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Yo creo que en el fondo de sus corazones, la mayoría de los israelíes saben que hay que realizar la operación quirúrgica y hacer dos Estados. Pero es difícil, doloroso, es desagradable, tal vez sea mejor posponerlo, habrá una guerra civil, habrá disturbios, habrá sangre, ¿por qué tantas prisas? Cuando los árabes nos matan, nos bombardean, y nos queman, entonces no hay con quién hablar. Cuando están tranquilos y no hacen nada, entonces, ¿para qué hablar? ¿Tan mal andamos?
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De la magnífica novela autobiográfica del escritor israelí, Una historia de amor y oscuridad, provienen estos pasajes que nos hablan de su precoz amor por la literatura y de las decisiones que debe tomar un escritor a la hora de escribir. Lean por piedad:
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Lo único abundante en casa eran los libros: había libros de pared a pared, en el pasillo, en la cocina, en la entrada, en los alféizares de las ventanas, en todas partes. Miles de libros en cada rincón de la casa. Se tenía la sensación de que si las personas iban y venían, nacían y morían, los libros eran inmortales. Cuando era pequeño, quería crecer y ser libro. No escritor, sino libro: a las personas se las puede matar como a hormigas. Tampoco es difícil matar a los escritores. Pero a un libro, aunque se lo elimine sistemáticamente, tiene la posibilidad de que un ejemplar se salve y siga viviendo eterna y silenciosamente en una estantería olvidada de cualquier biblioteca perdida de Reykjavík, Valladolid o Vancouver.
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Era un niño obsesionado por la historia. Se me ocurrió corregir los errores de los jefes militares del pasado: renové, por ejemplo, la gran rebelión judía contra los romanos, salvé a Jerusalén de la destrucción a manos de las tropas de Tito, trasladé al frente de batalla al campo enemigo, llevé a las hordas de Bar Kokba hasta las murallas de Roma, conquisté al asalto el Coliseo y puse una bandera hebrea en la colina del Capitolio […]. Un avión ligero, un único Piper, puso al arrogante Imperio romano de rodillas. La desesperada batalla de los defensores de Masada la convertí en una total victoria judía con ayuda de un mortero y algunas granadas de mano.
Y, de hecho, ese extraño impulso que tenía de pequeño, el deseo de darle una segunda oportunidad a lo que no tenía ni tendría nunca una segunda oportunidad, es uno de los motores que mueven aún hoy mi mano, cada vez que me pongo a escribir una historia.
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¿Qué es autobiográfico y qué es ficticio en mis relatos?
Todo es autobiográfico: si alguna vez escribiera una historia de amor entre la Madre Teresa y Aba Eban, por supuesto sería autobiográfica, aunque no una confesión. Todas las historias que he escrito son autobiográficas, ninguna es una confesión. El mal lector siempre quiere saber, saber al instante “que pasó realmente”. Cuál es la historia que está detrás del relato, qué pasa, quién está en contra de quién, quién cogió con quién realmente. “Profesor Nabokov”, preguntó una vez una entrevistadora en directo en la televisión americana, “díganos, por favor, are you really so hooked on little girls?”.
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Para escribir una novela de ochenta mil palabras debo tomar algo así como un cuarto de millón de decisiones: no sólo decisiones sobre el boceto de la trama, quién vivirá y quién morirá, quién amará y quién traicionará, quién se hará rico o se volverá loco […] sobre todo se deben de tomar miles de decisiones sutiles, como, por ejemplo, si poner ahí, en la tercera frase hacia el final del párrafo azul o azulado. O celeste. O celeste oscuro. O tal vez azul ceniza. ¿Y poner ese azul ceniza al comienzo de la frase? ¿O mejor que estalle al final de la frase?
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Todo es muy raro, caracho. Como diría Oz: “Sólo la muerte es irreversible, y también tengo que comprobarlo. Lo comprobaré por mí mismo dentro de muy poco. No sé si volveré a informarles, pero lo comprobaré”.
Gil s’en va
Esta página del fondo volverá a tirar su piedra al charco de la vida pública el lunes 23 de octubre