En este primer año de gobierno de la presidenta Sheinbaum la economía mexicana está aletargada, somnolienta, con muy escaso dinamismo. Según las cifras más recientes del Inegi, la actividad económica del mes de julio cayó en 1.2 por ciento con respecto al mismo mes del año previo. En conjunto, durante los primeros siete meses del año, el crecimiento de la economía con respecto al mismo periodo de 2024 es de apenas 0.1 por ciento. La expectativa de crecimiento del sector privado para todo 2025 es de 0.5 por ciento, mientras que el pronóstico oficial es que creceremos entre 0.5 y 1.5 por ciento. Dadas las cifras anteriores, veo muy poco probable que alcancemos siquiera el límite inferior de dicho pronóstico.
En cualquier caso, es prácticamente un hecho que la economía crecerá en 2025 por debajo del ritmo de crecimiento de la población (alrededor de 0.8 por ciento), con lo que acumularemos ya siete años de estancamiento del ingreso per cápita en el país. Para todos debería ser claro que seguir en esta ruta es indeseable. Si bien es cierto que el crecimiento no implica desarrollo, también lo es que no puede haber desarrollo allí donde no hay crecimiento sostenido.
Otros indicadores recientes alimentan el pesimismo: el consumo privado en México cayó marginalmente en julio de 2025 comparado con 2024 (-0.1 por ciento). Sin embargo, al considerar el acumulado de los primeros siete meses del año, la caída en el consumo privado es ya de 0.4 por ciento. Por su parte, el comportamiento de la inversión es quizá el indicador más preocupante de todos. La inversión total cayó en julio en 7.2 por ciento con respecto a 2024. En conjunto, durante los primeros siete meses del año, la inversión en México ha caído en 6.8 por ciento con respecto al mismo periodo de 2024, con la inversión privada siendo 5 por ciento inferior a la de 2024, mientras que la pública se ha contraído en 22 por ciento.
Esta caída en la inversión es preocupante porque anticipa que, hacia adelante, el crecimiento económico del país también será bajo. La inversión es el motor del crecimiento, es el componente de la demanda que permite generar más producción en el futuro. La adquisición de maquinaria y equipo, así como la construcción residencial y no residencial, nos permite anticipar cuál será la trayectoria que seguirá la economía. Por ello, el hecho de que la inversión se esté contrayendo es una pésima señal que debería llevar a preguntarnos qué es lo que está detrás de este comportamiento.
Hay dos factores explicativos posibles. En el frente externo, las políticas de Trump están afectando a la inversión vinculada con la actividad exportadora. En la medida en la que no se resuelva la incertidumbre sobre el futuro del T-MEC, esta situación seguirá afectando a esas inversiones. En el frente interno, es evidente que la reforma al Poder Judicial, la eliminación de órganos autónomos y la reciente reforma a la ley de amparo (incluyendo, aunque no es lo único, al fallido intento de su aplicación retroactiva), todas ellas elevan la incertidumbre para el sector privado, por lo que resulta lógica su actitud cautelosa en materia de inversión.
Por todo lo anterior, si queremos que la economía crezca en los años venideros, no queda más que ofrecer un consejo: ya hay que dejar de espantar a la inversión.