La semana pasada se reactivó la discusión sobre la progresividad de los programas sociales. Un grupo de estudiosos de estos temas ha señalado reiteradamente que las transferencias gubernamentales son ahora menos progresivas que antes (es decir, que ahora se concentran menos en la parte baja de la distribución del ingreso). Al hacerlo, parecen sugerir que la política social previa funcionaba mejor que la actual. De hecho, en algunos de estos análisis se percibe una cierta nostalgia por las políticas del pasado.
Que la distribución de los programas sociales sea hoy menos progresiva de lo que era en el pasado es algo relativamente obvio. Esto es simplemente el resultado de haber sustituido programas focalizados (como Prospera) por programas de carácter más universal (como la Pensión a Adultos Mayores o las becas a estudiantes de escuelas públicas). Este cambio, por su propio diseño y naturaleza, representa una menor progresividad. Esto, sin embargo, no es necesariamente negativo ni es peor de lo que se tenía antes. Cabe señalar que la discusión entre focalización y universalización de los programas sociales es añeja y que hay ventajas y desventajas en cada uno de estos enfoques. Sin embargo, no hay que perder de vista que estos no son sino distintos instrumentos de las políticas sociales y que estas, en todo caso, deben ser evaluadas por sus resultados.
Lo primero que se debe tener presente es que la política social sigue siendo claramente progresiva, es decir, que los hogares relativamente pobres tienen una mayor cobertura de los programas sociales y que reciben más recursos que los hogares relativamente más ricos. Ahora bien, insistir en la menor progresividad de hoy pierde de vista la discusión fundamental: ¿funciona mejor la política social hoy que antes?
Debemos recordar que entre 2006 y 2018 la tasa de pobreza por ingresos pasó de 42.9% a 49.9%. Esto representó un aumento de siete puntos porcentuales en la tasa de pobreza y de aproximadamente 15 millones de mexicanos en situación de pobreza (pasamos de 46 a 61 millones de pobres en ese periodo). Por otro lado, la tasa de pobreza extrema por ingresos se mantuvo constante, pero el número de personas en pobreza extrema creció en 2 millones. Este aumento en la pobreza ocurrió a pesar de la mayor progresividad de las transferencias sociales. ¿Es esto lo que se añora? ¿Esto funcionaba mejor? ¿En verdad?
Ahora, en cambio, entre 2018 y 2022 la tasa de pobreza por ingresos se redujo de 49.9% a 43.5% y el número de personas pobres pasó de 61.8 millones a 56.1 millones. Una reducción de 6.4 puntos porcentuales y una reducción absoluta de 5.7 millones de personas pobres. La tasa de pobreza extrema por ingresos también se redujo, de 14% a 12.1%, y el número de pobres extremos por ingresos disminuyó en 1.8 millones, así es que una menor focalización no necesariamente es menos efectiva que una mayor progresividad. Esto no quiere decir, por supuesto, que no se pueda mejorar la efectividad de la política social con algo de focalización. Yo mismo he abogado por una cierta focalización territorial y he descrito los límites de las políticas universales para reducir la pobreza extrema. Esto, sin embargo, no nos debe llevar a añorar algo que simplemente no funcionaba. No, no va por ahí.