La ciudad no es solamente un conjunto de calles, edificios y servicios. La ciudad es el espacio donde se construye la ciudadanía, donde se hacen visibles las libertades y donde la vida en común adquiere sentido político, cultural y social. En el marco de ‘Hábitat Latam 2025’, se presentó la “Carta Guadalajara”, como un manifiesto regional que busca reconocer la urbe como espacio de derechos, diversidad e inclusión. Esta carta, impulsada por la Rectora General de la Universidad de Guadalajara, fue firmada por un conjunto amplio de ciudades latinoamericanas, y constituye una hoja de ruta para pensar el futuro de las metrópolis en la región.
El decálogo de principios que la conforma va desde la planeación sostenible y la organización de urbes humanas y de proximidad, hasta la reapropiación del espacio público y la incorporación de tecnologías digitales como la inteligencia artificial al servicio del bien común. Reconoce la diversidad de identidades y minorías y plantea la necesidad de vincular naturaleza y medio ambiente con el entorno urbano. Este conjunto de aspiraciones ofrece una visión integral de lo que la ciudad debe ser, más allá de la lógica de mercado que muchas veces la reduce a un mero activo financiero.
El sentido de la ciudadanía urbana adquiere en este contexto un valor central. No puede hablarse de inclusión sin garantizar el derecho a la vivienda adecuada, al transporte accesible, al espacio público seguro, a la proximidad y al medio ambiente sano. En América Latina, más de mil millones de habitantes viven en condiciones precarias dentro de las ciudades, lo que deteriora su calidad de vida y agudiza la desigualdad. La “Carta Guadalajara” subraya que la construcción de ciudadanía no es una declaración retórica, sino una exigencia democrática que implica replantear las prioridades de los gobiernos locales y regionales.
El Área Metropolitana de Guadalajara representa un ejemplo elocuente de estas tensiones. En apenas cinco años, la multiplicación de torres residenciales creció ciento cincuenta por ciento y el precio por metro cuadrado aumentó de treinta y ocho mil ochocientos sesenta y seis pesos en 2019, a más de cuarenta y siete mil en 2024. El costo de la renta promedio rebasa hoy los veintiocho mil pesos mensuales y la proyección indica que seis de cada diez viviendas serán alquiladas en 2030. Este fenómeno de especulación financiera del suelo urbano, desplaza a sectores medios y populares y erosiona la idea de la ciudad como espacio compartido.
A esta problemática se suma la crisis hídrica. Zapopan, Tonalá y Tlajomulco enfrentan ya la sobreexplotación de pozos y la ausencia de disponibilidad de agua. Autorizar más desarrollos inmobiliarios en estas condiciones implica hipotecar la viabilidad misma de la ciudad. La “Carta Guadalajara” interpela de manera directa a esta realidad, recordando que el crecimiento desordenado y la exclusión no son accidentes inevitables, sino consecuencias de decisiones políticas que pueden y deben corregirse.
El debate latinoamericano refleja la misma tensión. Somos la región más urbanizada del planeta y, al mismo tiempo, la más desigual. Sin embargo, emergen experiencias alentadoras en ciudades como Manizales, Mérida y Mendoza, que fueron reconocidas en Hábitat Latam 2025 por sus esfuerzos de planeación sostenible y de construcción de ciudades más equitativas.
La teoría de la ciudad de quince minutos, expuesta por Carlos Moreno durante el encuentro, se suma a este horizonte. Defiende la idea de que la proximidad urbana y la movilidad sustentable son derechos que deben garantizarse. Una ciudad está viva cuando sus habitantes pueden decidir libremente qué hacer sin depender del automóvil, y cuando el barrio se convierte en espacio de encuentro, comercio local y vida comunitaria.
Pensar la ciudad como un espacio de derechos es mucho más que un gesto simbólico. Es reconocer que allí se juega el porvenir de la democracia, que la urbe puede ser escenario de inclusión o maquinaria de exclusión, que puede vivirse como derecho compartido o padecerse como privilegio de pocos. Convertir las ciudades en territorios de vida, diversidad y comunidad; o resignarse a que sean enclaves de desigualdad, especulación y fractura social.