Preocupante el espectáculo en el Ángel de la Independencia, días atrás, de tanta gente celebrando una banalidad que por su intrascendencia ni siquiera vale la pena detallarla. Preocupa no porque sea la causa de algo grave, sino la consecuencia. El resultado lógico de un segmento enorme de la sociedad que ha perdido todo sentido y significado por la vida, y se limita a llenar su mente de basura, de contenido hueco y superficial. Es la consecuencia palpable de ese sector poblacional que duerme en la fantasía y el absurdo, mientras el país se cae a pedazos: Veracruz amanecía con decenas de cuerpos despedazados, Jalisco con jóvenes asesinados y calcinados, Zacatecas con policías ejecutados y Tamaulipas con comunidades desplazadas por la violencia, y los bloqueos y balaceras de toda la vida. Tan sólo por poner unos ejemplos. México amanece ensangrentado y corrompido todos los días mientras la sociedad danza y brinca celebrando la ignominia.
Y no hablo del contexto sexual sino del motivo en torno al Reality televisivo. A la razón de fondo. (Lo aclaro en prevención de la clásica y reaccionaria rasgadura de vestiduras cuando no se lee la esencia de una nota).
¿Qué pasaría si como sociedad nos organizáramos para exigir paz y justicia a las autoridades, así como en ese circo de orangutanes en la Avenida Reforma? Lo mismo con los partidos de fútbol.
Somos el país donde no pasa nada y la gente calla por miedo o por indiferencia, por apatía y conformismo. Tristemente las mayorías prefieren la anestesia de la mente y del corazón, quizá para no percatarse de la barbarie que nos rodea. Quizá porque su estatura espiritual no da para otra cosa. Pero es lamentable y preocupante el no organizarnos y protestar por motivos auténticos y justificables. No sólo los del Angel, sino la sociedad entera.
Algunos opinan que esos contenidos televisivos son una estrategia del sistema para adormecer a las masas. Eso es ingenuo: las masas ya están suficientemente anestesiadas y caminan por propia voluntad cualborregos; ciegos y con la cabeza agachada al precipicio. No necesitamos un titiritero; nosotros mismos renunciamos a la inherente capacidad de pensar por sí solos.