Ya comenzaron los primeros adolescentes con graves problemas psicológicos por relaciones con “parejas” y “amigos” creados con inteligencia artificial. La IA posee la capacidad de crear personajes ficticios, con los cuales los jóvenes establecen una relación y es alimentada con datos psicológicos registrados por el robot.
El programa aprende emociones, sentimientos y carencias afectivas del usuario y emite respuestas cada vez más precisas sobre lo que la persona desea escuchar. Con el tiempo esta particularidad se vuelve avanzada y exacta, y se puede producir una severa adicción, hasta el punto de que algunos chicos olvidan que ese personaje es solo una entidad virtual. La tecnología no provoca estos problemas, pero influye en la manera en como las perturbaciones psicológicas se van manifestando conforme las generaciones avanzan.
Antes la única dificultad que entorpecía las relaciones sociales reales fueron los amigos imaginarios, el problema después fue la TV, luego llegaron las consolas de videojuegos, más recientemente los celulares y tabletas. Ahora la “amenaza” es la inteligencia artificial mal empleada. Y no es culpa de la tecnología, sino de la educación emocional en familia. Esto no les pasa a todos los chicos, solo a aquellos cuyas dinámicas familiares son tan patológicas y debilitadas, que les ha creado una terrible sensación de vacío y una vida sin sentido ni propósito.
Es muy fácil juzgar y burlarnos de los chicos atrapados en la ciberadicción, regañarlos por perder el tiempo en tonterías o considerar que son ridículos por creerse de absurdas fantasías.
Pero ¿qué tan conscientes somos los padres de familia cuando manejamos en silencio en el trayecto a la escuela y no conversamos con nuestros hijos? ¿Es correcto permitir que los chicos se escondan en sus audífonos en lugar de crear una charla? El tiempo escaso que quizá les damos ¿qué calidad posee? ¿En serio les estamos dando atención y convivencia?
Recordemos que al igual que las drogas, la ciberadiccción es un mal que solo puede ocupar un lugar en la vida de nuestros hijos, si nosotros como padres hemos dejado ese espacio vacío con nuestra ausencia.