Para muchos adolescentes, el retiro del cubrebocas ha significado una nueva tortura mental en su interacción social. Lo que de inicio fue una medida fastidiosa y generadora de rechazo, se convirtió poco a poco en un escondrijo de utilidad ante los miedos y las inhibiciones personales de esos jóvenes. Hallaron en esa máscara un refugio para no ser vistos por completo, una extensión de sus sudaderas negras horribles, usadas en pleno sol y a temperaturas de infierno para tratar de ocultarse psicológica y fisicamente lo más posible. Este símbolo, de silencio expresivo, de emociones que se callan, buenas y malas, representa para ellos una cara vacía, una manera de no ser conocido ni expuesto.
Para muchos padres les resulta indiferente; una vez más son ciegos y sordos antes los nuevos indicadores que les da la vida sobre que algo pasa en sus hijos; no lo ven o no quieren verlo. Otros padres simplemente reaccionan con enojo y los obligan una y otra vez a dejar de usarlos pero los chicos vuelven a la carga con su máscara ya innecesaria. Ambos tipos de padres solo ven la apariencia, miran la figura pero no el fondo. No es una mera ocurrencia adolescente producto de la época. Es una alerta, es un grito silenciado de que muchas emociones dolorosas y limitantes están carcomiendo la mente de los muchachos y se sumergen en un tipo de soledad que es el peor de todos: la que se vive en compañía.
No sentirse suficiente, o valioso, o atractivo, o fuerte, son algunas de las emociones e ideas predominantes. Y esos, son conflictos psicológicos que requieren ser atendidos. No se solucionarán por sí solos aunque llegue el día en que también sus maestros les obliguen a quitarse esa payasada. Como tampoco se resuelven con gritos o indiferencia paterna. Es muy necesario afinar nuestro oído emocional como padres para poder escuchar esas demandas silenciosas, para ser capaces de descubrir todo el torbellino de emociones de nuestros hijos, que está pidiendo ser atendido. Hay un corazón triste, batallando terriblemente con su autoestima y lleno de muchas tormentas que lo hacen sentirse menos, y saturado de conflictos, aunque se exprese a través de una cara vacía.