¿Lograr lo que buscas a cualquier precio? Eso parece ser el mensaje implícito en la multiafamada película. Llama la atención que incluye una de las recientes subculturas de moral desintegrada y disfrazada de modernidad y espontaneidad.
Con una absoluta normalización de la pérdida de límites, en un gran sector de las recientes generaciones carente del mínimo sentido o aprecio por aspectos como la fidelidad, la lealtad y la estabilidad.
Que solo les importa pasar el rato, vivir el momento, exprimir el máximo placer de cada circunstancia sin importar en qué nos convertimos al dar algunos pasos muy controversiales.
Es un filme muy bien estructurado con una trama interesante y factible, sin caer en la vulgaridad extrema o innecesaria, y que retrata dramas que pueden ser verdad circunstancialmente.
La película vale la pena de verse bajo una óptica analítica y madura; sin embargo no la considero apta para adolescentes altamente influenciables y con inestabilidad emocional.
¿Por qué? Pues porque ya sus padres tienen suficientes angustias con las confusiones de sus hijos con ese tipo de fragilidad emocional.
El famoso “beso de tres” que la película muestra de manera cruda y normalizada, no es la generalidad de nuestra cultura juvenil en México pero tampoco se podría pensar que no ocurra.
No retrata al común de los chicos pero sí a un cierto sector que existe y lo normaliza.
Y no es rasgarse las vestiduras ni una crítica con tinte homofóbico, pero tenemos que cuestionarnos si en nuestra sociedad hace falta proponer que se derriben o crucen aún más fronteras ideológicas o morales.
¿Refleja el escenario en que desearíamos ver a nuestros hijos? No acuso que la película busque aleccionar a nadie, pero es inevitable no mirar su mensaje central: “ve por lo que quieres y pasa por encima de ti mismo e incluso de la gente que te ama y confía en ti. La moral no importa; el fin justifica los medios”.
La película empodera a Zendaya, una heroína que no muestra la mínima culpa o conciencia sobre sus decisiones que ella misma reconoce como objetables, pero tampoco experimenta el mínimo empacho en vivirlas. ¿Son los modelos que necesitamos?