Y de pronto te preguntas ¿qué hago aquí? Y la persona con quien llevas años amaneciendo te parece un extraño. Es curioso; la costumbre nos mantiene juntos, pero cada vez nos hallamos menos. No sabemos cuándo dejamos de ser los mismos. Te ves y me veo y no nos reconocemos. Lo más triste es cuando te paras al espejo y no sabes quién es ese. Los sueños huyeron detrás de los ojos y la comodidad socavó a la memoria. Y olvidamos lo que es desear. Y dejamos de sentir anhelos o nos repetimos tanto que no podían ser. Hasta que un día lo creemos. La rutina tornó al aire irrespirable y fue clavando en un alfiletero las mariposas. Eso pasa cuando te conformas. Sabíamos que las almas no tenían eco pero nos subimos al barco. Porque aterra la soledad, porque nos dicen del amor cosas que no eran. O quizá porque nadie nos explica qué se siente. Y dices “sí” por cumplir un ciclo. Por sentar cabeza. Porque pues es lo que sigue ¿no?
¿Cómo es que se llega a eso de dormir en camas separadas y jurar que es normal? ¿Cómo aprendimos a solo tolerarnos? ¿Cuándo es que las ansias de llegar a casa para abrazarnos, se suplantan por un hastío que ralentiza el caminar y achica los pasos? Las cuentas por pagar, el qué dirán, los pendientes con los hijos, entre otros, se vuelven excusa para no salir de esa casa, que se ha vuelto una celda. Pero lo más terrible es reconocer que nos equivocamos; que el amor entre nosotros nunca fue tal. Que fue practicidad. Luz mal dirigida y pirotecnia que quiso ser estrellas. Hoy se enfría el café, se derriten los sueños, se vive de añoranzas de lo que un día fuimos. No nosotros. Sino cada uno. El confort mata el amor. Separa las camas. Quedarte ahí por resignación, será lo primero de lo que te arrepientas cuando los años se te acaben. Estás a tiempo.. _
