El esquema es simple: ante el desempleo o el trabajo enajenante, la cotidianidad abrumadora, la problemática insoluble o los ahogos del tiempo histórico, cuando actuar se percibe inútil, cuando no puede predecirse o aun formularse el peligro, cuando no se conoce ningún patrón previo de respuesta frente a las circunstancias y no es posible el comportamiento instintivo de luchar o huir, un sistema cerebral conocido como inhibidor de la acción se activa para estimular reacciones endocrinas que provocarán afecciones psicosomáticas y patológicas, reducirán las defensas del sistema inmunitario desencadenando entonces enfermedades físicas y comportamientos asociados con alteraciones mentales, contextos todos que eventualmente podrán llevar a la muerte (la cual habría sido instigada por las condiciones psicofisiológicas, al modo de un “suicidio” o autoagresión de la persona).
Laborit postuló cuatro tipos principales de comportamiento: el del consumo, que satisface necesidades básicas; el de la gratificación, cuando se experimenta una acción que produce placer y se busca repetirla; el de la respuesta ante el castigo, que exige volar para evitarlo o combatir para destruir la fuente de la agresión; el de la inhibición, en el cual no hay movimiento sino una espera tensa, una ansiedad y angustia crecientes que “marcan la imposibilidad de dominar una situación”. La persona incapaz de objetar su realidad sólo escapará de ella mediante la agresión hacia los otros, una explosión negativa pero orgánicamente explicable en términos del sistema nervioso.
Alcanzar el equilibrio entre la acción y la inhibición de la acción es fundamental para obtener la salud mental y física. Esto se logra no en las batallas frontales sino empleando estrategias sutiles. “Cede, y permanecerás intacto”, aconsejaba el taoísmo. Estar sano es estar intacto.
Fernando Solana Olivares