Cultura

Un viaje entre banderas rojas

  • 30-30
  • Un viaje entre banderas rojas
  • Fernando Fabio Sánchez

Cada verano realizo un viaje desde la costa central de California hasta Montana para ver a mi familia y completar el corazón. 

Son más de veinte horas de camino, que divido en dos o tres jornadas, según a quién más visite en la ruta.

Atrás ha quedado el año escolar y la dureza del invierno. Las horas de sol son ilimitadas, lo que añade seguridad —y fascinación— a los ojos en el volante.

Salimos a media mañana del domingo 15 de junio, con comida, suficiente música y algunos audiolibros.

Sé —por experiencia— que entramos en la lógica secreta de la sincronicidad; es decir, al arrancar empezamos a proyectar una historia, que se dibuja y se desdibuja, dependiendo de la velocidad, el tiempo y el espacio. 

El futuro nunca está tan vivo como en un viaje. ¿Qué encontraremos?

A una hora de camino, presenciamos un accidente, que narré en la columna de la semana anterior.

Una hora después, llegamos a la casa de mi padre. En silencio —quizá para no preocupar— viví los efectos emocionales de la escena que había visto.

Nadie en la reunión familiar sabía por qué estaba yo pensativo y, a la vez, agradecido.

Antes del anochecer, continué la ruta. Avanzaría tres o cuatro horas más.

Simultáneamente a la música envolvente en el auto, seguía pensando en que la sincronicidad es implacable.

En otras ocasiones ya había visto accidentes y hasta me había dicho, si hubiera pasado por aquí media hora antes —o 15 minutos o menos, no lo sé— habría coincidido con ese coche volcado.

Viajar es un juego de futuros en construcción. Cada decisión —una parada, un desvío, una pausa para que mis pacientes canes olfateen a la orilla del camino— cambia la línea del tiempo.

¿Qué futuros estoy evitando con esta acción? ¿Cuáles estoy construyendo?

Las piezas dentro de la realidad se mueven como si alguien barajara un dominó, y nunca se sabe qué cifra nos va a tocar.

Esto se aplica también al contacto con las personas y las instituciones del país.

Hoy tendríamos que enfatizar el clima político como un factor más de la sincronicidad.

Sería un error pensar que solo se está emprendiendo un viaje en un mundo natural, gobernado por leyes suprahumanas.

Avanzaba tanto por la naturaleza como por la nación estadounidense. 

La imagen más repetida a lo largo del trayecto fue la bandera del país, ondeando como un recordatorio: No olvides dónde estás.

Desde los días previos —tras los recientes enfrentamientos en Los Ángeles y luego las manifestaciones de No Kings contra el autoritarismo, el 14 de junio— me preguntaba: 

¿Cómo será este viaje hacia la región roja, formada por Nevada, Idaho y Montana?

Por si alguno de ustedes se pregunta: ¿cómo es vivir en los Estados Unidos? Yo les diré que ese es también un enigma para muchos de los que vivimos aquí.

Aunque quizá esa fuera la respuesta que estaría a punto de encontrar en el viaje que seguiré contando en las próximas entregas, mientras manejaba entre banderas y con pasaporte en mano, en el país que nunca dejo de conocer.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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