Ahora que conocemos la voz de Tulitas Wulff Jamieson (a través de Evelyn Jamieson Payne), leamos un fragmento del capítulo 9, “Comida mexicana”:
“Un remedio muy eficaz era una especie de pasta hecha de tomates. Una amiga de nosotros sufría ataques frecuentes de asma, y había sólo un doctor en el pueblo que la podía ayudar.
En una ocasión, el doctor estaba de viaje, y nuestra amiga cayó enferma.
Su cocinero dijo: “Señora, si no me permitirá hablarle a otro médico, por favor déjeme tratar con alguno de mis remedios”.
Hasta este punto, nuestra amiga había tratado casi todo, así que el remedio casero no parecía una amenaza.
El cocinero untó la mencionada pasta de tomate en la garganta de la chica y luego la cubrió con tres tortillas. Hay evidencia en estos días de que el asma tiene detonadores psicológicos. De cualquier manera, ya sea de forma medicinal o psicológica, el remedio funcionó.
La disentería era otra enfermedad inseparable, aunque con el tiempo adquirimos cierta resistencia, y no porque fuéramos inmunes a ella, sino porque se hizo esporádica y cada vez más débil.
En una ocasión, Papá construía una presa en medio de la nada, muy lejos, y se contagió de manera profunda.
Uno de los trabajadores le ofreció una cura: harina y agua mezcladas de manera que formaran una pasta muy densa. Papá accedió, comió lo que parecía algo ilógico, y resultó: Papá sanó en algunos días.
En Zaragoza —un pequeño pueblo no muy lejano de Torreón— había un brote de difteria, y un doctor —que era de Canadá— asistió al llamado.
El doctor dijo de inmediato que la única forma para evitar una epidemia era una estricta cuarentena. Y dijo:
—Pero, por supuesto, ustedes nunca harían eso.
El jefe respondió:
—¿Por qué? Claro que lo haremos. En cada casa pondremos a un soldado. Y él cuidará que nadie salga ni entre del lugar.
Una familia de alemanes perdió a su hija mayor por causa de la fiebre escarlatina.
La niña tenía ocho años. Cuando la segunda hija cumplió la misma edad se infectó de la misma enfermedad y murió. La tercera hija no escapó. Le sucedió de igual manera.
Los doctores dijeron que el abrigo y el sombrero que había usado la primera niña cuando se enfermó habían retenido los gérmenes.
Las hermanitas, quienes usaron las prendas cuando su cuerpo correspondía al tamaño de éstas, se infectaron cada una, sin saberlo nadie, en su fatídico turno.”
De “Tulitas de Torreón. Reminiscencias de una vida en México.” Traducción disponible en las oficinas del Archivo Municipal de Torreón.