[14 de diciembre de 1680]
Cuando vuelvo mi pensamiento a China, me congratulo por haberme dedicado tan entusiásticamente durante años a las matemáticas y otras materias que pueden resultar útiles allí.
Tanto ansiaba marchar allá que experimentaba un gran gusto cuando vivía en las habitaciones de nuestros colegios cuyas ventanas daban a Oriente, y me consolaba con mirar frecuentemente durante el día hacia ese Oriente que, con el tiempo, sería ganado para Dios.
[28 de diciembre]
Ya el día 5 pudimos observar aquí [en Cádiz] un gran cometa, a las seis, siete y ocho horas; que, sin duda, fue claramente visible en Madrid.
El 23 de este mes, se hizo claramente visible por primera vez a los residentes de este colegio; aunque algunos ya lo habían localizado tres o cuatro días antes.
En lo referente a la distancia de este cometa a la tierra, su tamaño, su posición exacta y para qué regiones (especialmente europeas) parece presagiar y amenazar desastres; trataré de aclarar estos puntos más adelante y en un momento más oportuno.
Todo está en manos del Señor.
[24 de febrero de 1681]
Trataré, por la gracia de Dios, de enviar desde Nueva España un relato más detallado de nuestro viaje.
A bordo de nuestro barco, cerca de las Canarias, devotamente en Cristo, Eusebio Francisco Kino, S. J. en camino a las Indias.
[4 de julio]
Hace un mes, durante los primeros días de mi llegada a la Ciudad de México, escribí a Vuestra Excelencia detalles de todo el viaje a las misiones.
El Padre Baltasar trata también de que se me destine a China.
[Pero] el Padre Provincial, que piensa a enviarme a California en compañía de un veterano misionero para hacer una exploración más detenida de la extensa isla o península, todavía no ha comunicado su decisión final al Padre Baltasar.
Mientras tanto, no me atrevo a preferir, pedir o desear una misión más que la otra, no sea que se me diga: “No sabes lo que pides”.
[3 de junio de 1682]
He escrito a su Excelencia de las Canarias, de Puerto Rico y de México. Mis superiores, el mismo señor Virrey, y el Señor Obispo de Guadalajara, me envían a la nueva conquista y nuevas misiones del gran Reino de las Californias que, según mi parecer, es la mayor isla que tiene el orbe.
En México, pocos días antes de que saliera de dicha ciudad, escribí un librito del cometa del año pasado, y dejé ochenta y después otros veinte (en todo 100) de aquellos libritos al Padre Francisco de Castro para que se los hiciera llegar a su Excelencia a Madrid y pudiera repartirlos entre sus señores de España, Portugal y dónde más quisiera su Excelencia.
Suplico que haga llegar media docena de ellos a Sevilla y otra media docena a Roma. Su excelencia me perdonará la llaneza y el enfado.
Dios nuestro Señor me aguarde a Vuestra Excelencia y a toda su sagrada familia.
La ciudad que, con el favor de Dios y la Virgen santísima, de aquí a tres o cuatro o cinco meses vamos a fundar en las Californias, se ha de llamar, dando nuestro Señor su Gracia, la ciudad de Nuestra Señora de Guadalupe de las Californias.*
Así había sido su correspondencia, hasta ese momento, con la Duquesa de Aveiro.
Kino le había pedido varias veces, le había insinuado y repetido que intercediera por él para que fuera enviado a China.
Por eso había estudiado matemáticas y soñaba con descubrir tierras cuya existencia era una sospecha apenas, como Australia, la isla más grande del orbe.
Había dejado a otros la trayectoria de su destino y ahora se encontraba en una nave, cruzando el mar, con los cabellos libres por la brisa, hacia la supuesta isla mexicana.
Entonces se limpió la frente, se caló el sombrero y se dispuso a orar por el éxito de la expedición.
Pasara lo que pasara —sabemos ahora—, Kino entró en su reluctante, evasiva, pero al fin aceptada, pacífica, para nunca más volver, eternidad indiana.
* Véase Kino escribe a la Duquesa, Ed. Ernest j: Burrus, S. J. (Porrúa Turanzas, Madrid: 1964).