Se dice que Quentin Tarantino trabajó en uno de los míticos video clubs y que fue allí donde se formó para luego aventurarse en la dirección cinematográfica.
De esta manera, al entrar en OZ Video Club, en Torreón, y descubrir al dueño sentado, rodeado de carátulas y posters, viendo una película a todo volumen en la televisión empotrada en lo alto de la pared, no podía no pensar que ese era uno de los trabajos más amables que alguien podía tener. Inclusive hasta podía educarse a sí mismo como el admirado Quentin.
Es posible que algunos de ustedes sientan como yo sentí al descubrir OZ Video Club al fondo de un centro comercial: que este tipo de establecimientos era ya en la actualidad un anacronismo.
El cargamento disponible para streaming directo a la computadora, teléfono o televisión en casa a través de Netflix u otros servicios es apabullante.
Uno podría pensar que no hay oportunidad para otro tipo de distribución.
Pero no era así. Según el dueño y por experiencia propia, la gente seguía rentando DVDs o Blurays. Entraban en la videoteca y, a la par de los niños, se sentían emocionados ante la posibilidad de escoger la opción del día.
En mi caso, los fines de semana posibles y también entre semana, era un gusto entrar en el establecimiento para armar un festival personal y ver una tras otra la saga de Hannibal Lecter, por ejemplo (no disponible en su totalidad en la red).
La paciencia era indispensable para esperar aquellas cintas que recién estuvieron en las salas de cine, y un poco de suerte asimismo resultaba necesaria para llegar al lugar y que estuviera disponible una de las pocas “copias originales” de la película y ganársela a otro cinéfilo que también la estuviera cazando.
O quedarse con un disco para ir viendo la película en partes cada noche antes de dormir (y pagar casi siempre una multa; ni modo).
La experiencia personal era análoga a la colectiva. El dueño de OZ Video Club dijo que los adultos a veces se veían atraídos por la nostalgia y que los chicos aprendían de los gustos de sus mayores.
Era allí en el video club donde conocían de versiones anteriores de remakes o de clásicos del cine obligatorios.
El video club constituía ciertamente una escuela. Un depósito de tiempo, de gustos y de logros artísticos (y comerciales por supuesto).
Desgraciadamente OZ Video Club cerró sus puertas la semana pasada. Debido a la pandemia del Covid, el distribuidor nacional de películas para alquiler apagó sus luces. El negocio no le resultó ya rentable al ver que más del 50% de sus clientes a lo largo de la república cerraban.
Como una onda en el agua, OZ Video Club se enfrentó a la necesidad de idear nuevas fórmulas que incluían comprar discos de importación; fórmulas que caían siempre en números rojos.
OZ Video Club se elevaba como la última empresa en su tipo en la región. El camino amarillo hacia el gran mago se ha truncado.
Qué viva el mago de las películas por tanto que nos dio, venciendo hasta que pudo los embates del tiempo. Buena suerte a la familia de OZ.