El catálogo de las especies animales existentes y extintas es vasto, sofisticado y sorprendente.
Digo sorprendente porque definimos la normalidad con el diseño —en apariencia unitario— de nuestro rostro y cuerpo, y creemos que el ornitorrinco es un ser abigarrado que es mitad pato y mitad castor, o el okapi, mitad cebra y mitad hiena.
No obstante, una pregunta es si el pato no es realmente la mitad de un ornitorrinco, o la cebra, la manifestación minimizada de un okapi.
¿Quién decide el diseño de las creaturas terrestres? ¿Quién es el juez que establece quién es mitad o entero de qué?
Si no hay en sí un paradigma fijo en la naturaleza y aceptamos que la única preponderante es la posibilidad, podríamos argüir que tampoco existe la obligación de la permanencia.
El registro de fósiles nos revela que hay millones de especies que han desaparecido.
En los borradores del tiempo, cada forma ha tenido su momento específico y no hay pena ni condena ante los fallos de la extinción porque esta fábrica de ser no obedece más que un sentido, y ése es hacia adelante.
¿No deberíamos entender que esa misma regla definirá nuestra existencia? ¿O es que el tiempo ha comenzado —y terminado también— con nosotros?
Si somos forma, y somos forma que sabe que es forma (un trazo en el tiempo), ¿por qué engañarnos con la ilusión de la permanencia? Y, más que nada, ¿por qué nos afanamos en dominar las otras formas (entiéndase las otras especies), como si nosotros verdaderamente fuéramos esa voz que es Dios, que es la naturaleza, que es la vida y la muerte?
Carl Jung nos dice que la conciencia primitiva es fragmentaria. El alma estaba dispersa entre los diferentes elementos de la naturaleza.
Un ser humano era lluvia, era jaguar, era flor simultáneamente.
Esa capacidad imaginaria preexiste en los seres humanos modernos, ya que vivimos simbólicamente a través de otros, y de jóvenes anotamos goles con Zico y cantamos el amor romántico con José José.
Pero creo que muchos de nosotros vivimos dispersos todavía entre los árboles, las aves y los animales domésticos (¿quién no escucha cantar su alma en el trino de un ruiseñor?).
¿Somos por eso primitivos? Y los otros, ¿habitantes de la última etapa evolutiva? ¿Definirán ellos nuestro destino?