El ser humano pensó que, si deseaba ser honesto, tendría que responder que no, que no era inteligente de acuerdo con la definición de inteligencia que la máquina le había proporcionado.
Ser inteligente, de acuerdo con las ideas de Marco Aurelio en su diario, correspondería a concentrarse en el instante que se desdobla como el manantial que surge de la roca.
Significaría reconocer el valor de esa sustancia que llamamos tiempo, que es, por igual, una fuerza creadora y que da cancelación, una y otra vez, activando los ciclos vitales.
Equivaldría comprender que ese viaje, paseo o espacio de vida es individual, para construir una experiencia enfocada y consciente, alejada de las perturbaciones del cuerpo y de las percepciones laberintinas de la materialidad, la naturaleza y, más que nada, los otros seres humanos.
Ser inteligente de acuerdo con el estoicismo implicaría haber alcanzado una maestría en, precisamente, el procesamiento de la información recibida en el instante.
Con disciplina mental. Un carácter estructurado. La comprensión de las fallas de los otros, de carácter, de intención y de reconocimiento.
El ser humano debía contestar que no a la inteligencia artificial. Pero, al mismo tiempo, pensó que no tenía ninguna utilidad responder.
Sintió que la máquina se iba a sentir superior. Sintió que lo iba a etiquetar como inconstante, en proceso, como una imagen difusa.
¿Pero qué estaba diciendo? ¿La máquina se iba a sentir superior? ¿Cómo? Si no poseía carne, huesos, sangre: cuerpo.
Si no contaba con vísceras que alimentar. Si no podía dar pasos, extenuarse en el camino bajo el sol. Tener sed. Padecer tristeza.
Correr por la llegada del peligro. Perseguir el amor. Acudir a la cita. Proteger con su propia existencia al ser amado.
Conocer a su propia madre. Sentir la semejanza y, también, la diferencia en los hermanos y los primos.
Contemplar hacia atrás la línea de ancestros, quizá sin nombre ya, pero presentes allí en el mapa de los genes.
Ver hacia delante la senda de los hijos, nietos; imaginar en el futuro la existencia de otros rostros, nuevos, recién llegados, que contengan en su cuerpo el fantasma de uno mismo.
¿Para qué responder a la máquina ayuna de entendimiento, sin emociones, sin fallas (consientes)?
Fue allí cuando el humano puso los dedos sobre las teclas y escribió:
¿Posees algún rasgo de humanidad?
*Recreación imaginaria a partir de “Meditations”: Marco Aurelio (Modern Library; trad. Gregory Hays).