Cultura

Entrevista Díaz-Creelman (1908): La democracia

  • 30-30
  • Entrevista Díaz-Creelman (1908): La democracia
  • Fernando Fabio Sánchez

—Es un error suponer que el futuro de la democracia en México ha sido puesto en peligro por la prolongada permanencia en el poder de un solo presidente —dijo el presidente Porfirio Díaz en voz baja. 

Desde el castillo, los ojos oscuros del presidente contemplaron el gran valle en donde el Popocatépetl, cubierto de nieve, levanta su cono volcánico de cerca de 18 000 pies entre las nubes y junto a los blancos cráteres del Iztaccíhuatl; una tierra de volcanes muertos, los humanos y los geológicos.

—Puedo dejar la presidencia de México sin ningún remordimiento, pero lo que no puedo hacer es dejar de servir a este país mientras viva —añadió.

El sol caía con fuerza sobre su cara, pero sus ojos no se cerraron, resistiendo la dura prueba. 

El paisaje verde, la ciudad humeante, el tumulto azul de las montañas, el tenue aire perfumado parecían conmoverlo, y sus mejillas se colorearon mientras, con las manos cruzadas atrás, mantenía la cabeza erguida. Las aletas de su nariz se ensanchaban.

—¿Sabe usted que en Estados Unidos tenemos graves problemas por la elección del mismo presidente por más de tres periodos? —preguntó James Creelman quien había viajado desde Wall Street en Nueva York hasta esa belleza irreal que le representaba el cerro de Chapultepec y aquello que le rodeaba.

El presidente Díaz sonrió, y después, con gravedad, sacudió la cabeza asintiendo mientras se mordía los labios.

—Sí. Sí lo sé —repuso—. Es un sentimiento natural en los pueblos democráticos. Estoy de acuerdo con este sentimiento.

Creelman luego escribió que le resultaba difícil creer que estaba escuchando al soldado que había dirigido una república sin interrupción durante cinco lustros, con una autoridad personal que es desconocida para la mayoría de los reyes. Díaz añadió:

—No veo realmente una buena razón por la cual el presidente Roosevelt no deba ser reelegido si la mayoría del pueblo americano quiere que continúe en la presidencia. 

No hay duda de que es un hombre puro, un hombre fuerte, un patriota que ama a su país y lo comprende. 

Yo he tratado de dejar la presidencia en muchas y muy diversas ocasiones, pero pesa demasiado y he tenido que permanecer en ella por la propia salud del pueblo que ha confiado en mí.

Díaz y Creelman caminaban por la terraza del castillo. El presidente Díaz continuó:

—Hemos preservado la forma republicana y democrática de gobierno. Sin embargo, hemos adoptado también una política patriarcal en la actual administración de los asuntos de la nación, guiando y restringiendo las tendencias populares, con fe ciega en la idea de que una paz forzosa permitiría la educación, que la industria y el comercio se desarrollarían y fueran todos los elementos de estabilización y unidad entre gente de natural inteligente, afectuoso y dócil. 

He esperado pacientemente porque llegue el día en que el pueblo de la República Mexicana esté preparado para escoger y cambiar sus gobernantes en cada elección, sin peligro de revoluciones armadas. 

Creo que, finalmente, ese día ha llegado.

El presidente estaba profundamente conmovido. Su recio rostro se había vuelto sensitivo como el de un niño. 

Creelman percibió que sus ojos oscuros se habían humedecido.

Desde la terraza, los dos hombres observaron las largas procesiones de indígenas que, acompañados por sus esposas e hijos, vistiendo enormes sombreros, envueltos en sarapes de vivos colores, unos descalzos, calzados otros con sandalias —huaraches—, se dirigían desde todos los puntos del valle y de las montañas circunvecinas hacia la basílica de Guadalupe.

Dos días más tarde, cien mil aborígenes de América iban a reunirse en torno de ésta, la más sagrada de las basílicas americanas, en donde, bajo una corona de esmeraldas, rubíes, diamantes y zafiros, cuya sola confección costó 30,000 dólares, y frente a una multitud de indígenas embozados en sus mantas, mientras a su lado se arrodillaban sus mujeres y sus tiernos hijos que sostenían ramos de flores, venerando a la Virgen de Guadalupe que se apareció milagrosamente al pie de la tilma del piadoso Juan Diego en 1531.

*Edición de la Entrevista Díaz-Creelman (1908); traducción de Mario Julio del Campo.

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