Cultura

El encuentro: es que ya estamos muertos, Meditaciones (6)

  • 30-30
  • El encuentro: es que ya estamos muertos, Meditaciones (6)
  • Fernando Fabio Sánchez

—Nada más no haga pagar a la nación, señor presidente, si me permite decirle —dijo el expresidente.

El presidente no hizo ningún comentario y dio la orden para que sirvieran el café y los panecillos.

—Pero no me haga caso —corrigió el expresidente cuando vio que su anfitrión se había quedado en silencio y ahora le ponía dos cucharaditas de azúcar al café—. 

Aprendí a no dar consejos.

—No hay problema, señor expresidente —dijo el anfitrión—. Un buen consejo nunca cae mal, sobre todo si viene azucarado con la honestidad de un amigo.

—Muchas gracias, amigo presidente. No se equivocan aquellos que hablan de su cordialidad.

—Me alegra que ya hayamos roto el hielo —dijo el presidente y levantó la taza de café, humeante, para darle un sorbo—. 

Usted sabe que la silla presidencial es muy solitaria. Muchos hablan. 

Dan consejos. Pero se debe tener cuidado al escuchar. Nunca se saben las verdaderas intenciones.

—Tiene usted razón —comentó el expresidente, quien tomaba el café negro, sin azúcar, y no había tocado la repostería—. Me refiero a la soledad. 

Lo descubrí en mi mandato. 

Pero, debo aceptar que la soledad más intensa la viví durante mi cautiverio. Cuando ocupé la presidencia, la soledad fue un bálsamo.

—¿De verdad? ¿Cómo es eso? —preguntó el presidente.

—No fue fácil —respondió el expresidente—. Fue un entrenamiento de todos los días. 

Pude leer, en los primeros años de cárcel, a Marco Aurelio, el rey-filósofo, cuando habla de la completa aceptación de la realidad.

—El diario íntimo del emperador… —murmuró el presidente con orgullo.

El expresidente dibujó una sonrisa.

—Pero lo continúe, señor expresidente, lo interrumpí.

—Hubo un momento en que acepté —continuó el expresidente, aprovechando para beber café— que mi vida estaba confinada a una celda y que debía agradecer cada uno de los hechos que me habían llevado a ella. 

Agradecí la persecución y la traición. Agradecí las cuatro pareces y el techo. Agradecí los guardias y sus jefes militares. Agradecí en vez de rechazar.

—Es usted un santo, señor expresidente.

—Nada de eso, amigo. Sólo elegí con entusiasmo mi realidad entera en vez de hundirme en la oscuridad.

—Yo diría que sí hay algo de santo en usted —aclaró el presidente—, no es fácil resistirse al odio, la victimización y la venganza.

—Es que ya estamos muertos en realidad —dijo el expresidente—. La duración es lo único que marca nuestra diferencia —abrió los ojos de pájaro y un candor increíble se asomó con timidez—. 

Yo no sabía cuándo iba a morir. Esa decisión no era mía. Mi reino fue la voluntad con que viví cada instante, y allí nadie podía entrar.

—Su prisión fue su destino, señor expresidente, como lo fue de Mandela —dijo el mandatario y se acomodó el nudo de la corbata azul—. Ya le dije, no todos contamos con una prisión que nos transforme.

—Aunque sí contamos con la posibilidad de elegir —afirmó el expresidente—. Marco Aurelio propone dividir el mundo de las cosas y los hechos en dos: aquello que no podemos controlar y aquello que sí depende de nosotros. 

En realidad, amigo, todo instante es una prisión. Ya me hablaba usted de la soledad de la silla. Usted tiene soledad y es también un preso. No veo mucha diferencia, entonces.

*Recreación imaginaria a partir de “Meditations”: Marco Aurelio (Modern Library; trad. Gregory Hays).

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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