El siguiente es un diálogo imaginario entre un psicólogo de principios de siglo XX y el Dr. William Chester Minor.
—He escuchado que, en las últimas décadas, ha habido un desarrollo en el estudio de la psique.
Yo estoy loco, o demente, y asesiné a un hombre. Por ello, pago una sentencia desde 1872.
—Es verdad —dijo el psicólogo—. A lo largo del siglo XIX se han logrado grandes avances.
En la literatura rusa, por ejemplo, Fyodor Dostoievski ha descrito en sus novelas el lado oscuro, cotidiano y violento de la mente humana.
Pero si prefiere un autor de su misma lengua, le recomiendo a Joseph Conrad…
—Perdón que lo interrumpa —dijo el doctor Minor—. No me interesa la literatura, no como ventana hacia la psique.
—Empecé por la literatura porque, desde mi entender, la psicología y la literatura son hermanas.
—Me interesan las visiones científicas —aclaró el doctor Minor.
—Le hablaré de Sigmund Freud y Carl Jung, quienes empezaron a trabajar juntos y luego se separaron. Ahora son opuestos —reveló el psicólogo.
—No me diga —comentó el doctor Minor.
—Sí, pero dejemos esa historia para otro momento y me concentraré en la pura psicología.
El doctor Minor, muy atento, escuchó:
—Freud impuso la mirada científica en los fenómenos internos de la mente como si estos fueran parte del mundo material.
Propone que la mente humana es la relación de tres elementos o voces: la razón, el instinto y la consciencia.
El ser, para Freud, está partido entre el consciente y el inconsciente y se halla aquejado por sus propios secretos sexuales.
El doctor Minor mostró ansiedad. Cerró los puños en señar de nerviosismo y se quedó todavía más callado.
—Por otro lado —añadió el psicólogo—, Jung ve en cada ser humano parte de un universo conformado por relatos mitológicos, sociales, religiosos, sexuales, culturales, geográficos.
Este universo es un océano, una atmósfera o un espacio planetario lleno de voces, impulsos y símbolos, que compartimos. Es un mundo tan antiguo como la vida en el planeta.
El doctor Minor enfocó los ojos. Le intrigaban las ideas de Jung y pensaba profundamente.
—Para Jung, ¿nuestra mente es parte de la humanidad y del mundo? —preguntó el doctor Minor.
—Sí. Para Jung, el individuo nace en uno de los espacios de ese universo interior compartido, y es por medio de esa red de ideas posibles que heredamos y que conforman la estructura de nuestro cerebro que damos significado al cuerpo, a nuestra presencia y al mundo exterior.
Minor no dijo nada y se dedicó a escuchar.
—No obstante —advirtió el psicólogo—, en este proceso de llegar a ser existe un cúmulo de información personal y colectiva que no identificamos como propia, pese a que forma parte de nuestro ser, y que imaginamos y sentimos como extranjera.
A ese relato negro de uno mismo Jung le llama “sombra”.
La sombra son aquellos materiales que el ser ha denominado ajenos y extraños.
—¿Cómo puede el sujeto tener control de lo que es uno mismo? —preguntó Minor.
—Un ejemplo dará claridad.
En el momento llegar a definirse, uno puede decir “soy un individuo altamente civilizado”, relegando a la oscuridad aquellos impulsos salvajes que, como todos los seres humanos, siente.
Esos impulsos, emociones, ideas, procesos ignorados son la sombra.
—Ahora creo entender. Yo soy altamente educado y cortés, pero hay una oleada de pensamientos caóticos que contradicen esta condición. Por lo general, creo que no soy ese caos.
Pero el caos siempre está allí.
—Usted mismo es el caos, doctor Minor, pero también es el orden.
—¿Así lo cree usted? —preguntó el doctor—. Por tantos años he deseado desterrar esas visiones y no he podido.
—Creo que lo siguiente le va a interesar —dijo el psicólogo—. Jung propone que un sujeto no alcanzará su unicidad hasta que no eche luz sobre sus materiales que dejó en la oscuridad y los incorpore a su experiencia.
En otras palabras, el sujeto debe conocer el contenido de su sombra e incorporarla a su vida consciente.
Debe apoyarse en ella en la realización de las acciones y en la producción de imágenes, emociones y palabras.
Sólo así el sujeto alcanzará su estado de completitud y no será sólo la mitad o una parte.
—¿Cómo se integra la sombra? —preguntó Minor.
—El sujeto debe dialogar con las diversas versiones de sí en el interior, descubriéndose en los espejos fragmentados del inconsciente colectivo.
Cuando se descubra a sí mismo se volverá una estrella rodeada de otras.
Llegará a formar una constelación.
El doctor Minor, quien había escuchado con atención, dijo:
—La próxima vez hablaré con los niños que salen debajo de mi cama. El problema es que dirán que estoy loco.
—La locura es un término que en el diálogo interior no existe —confirmó el psicólogo.