En Youtube se encuentran, gracias a la cuenta Ayax Zombi, las conferencias que Jorge Luis Borges ofreció en el teatro Coliseo de Buenos Aires en junio, julio y agosto de 1977. Estas charlas, luego de ser revisadas en colaboración con Roy Bartholomew, formarían el libro Siete noches, publicado en 1980 por el Fondo de Cultura Económica.
Por fortuna, la conferencia dedicada a la ceguera va acompañada de la imagen original (en las otras sólo podemos escuchar el audio y ver fotografías).
Descubrimos a Borges, llevado del brazo por una joven María Kodama, ante una mesita y un micrófono en el centro del escenario; y comprobamos que los párrafos de ese libro —cuya portada muestra la pintura “La pesadilla” de Johann Heinrich Füssli— ya estaban cifrados en la mente del escritor.
Borges, ciego (ciego parcialmente como lo revela), habla con una lucidez y una elocuencia admirables.
Cada línea es una joya y un motivo de felicidad.
La conferencia dedicada al budismo me llama la atención por su actualidad. Desde hace décadas, veo que el budismo se ha presentado en mi círculo de amigos y conocidos, inclusive en mi propia experiencia. A algunos nos llega por el lado del yoga, y creo que los beneficios que produce esta disciplina (Borges dice que la palabra tiene el mismo origen que “yugo”, es decir, una disciplina que uno se autoimpone) incita a muchos a cambiar su estilo de vida. Después viene la adquisición de la filosofía, y algunos se adentran en ella.
Para un novato en el pensamiento oriental, la conferencia de Borges es una introducción al sistema de ideas basado (y no basado) en Siddartha Gautama, el Buda. Y la ganancia es doble, pues el autor de Inquisiciones y otros libros inalcanzables habla de historia, narra leyendas y mitos, conecta el pensamiento budista con filosofías y tradiciones occidentales, con la erudición y la elegancia de un académico y de un poeta.
No es casualidad la diseminación del budismo en México. A diferencia del catolicismo, el budismo se centra en la extinción del dolor y enfatiza el sentido de que la realidad es una ilusión. Todo esto que ocurre alrededor y el propio pensamiento es un sueño del cual se debe despertar.
En un mundo impulsado por la experiencia del “yo” y el culto a la individualidad, el budismo viene a ser esa fuerza que va desacelerando —en espacios localizados— la lógica de nuestro terco mundo enamorado del “progreso”. En este sentido, y tal como lo dice Borges, el budismo es un camino de salvación para algunos y, en un amplio sentido —añadiría yo—, una vía para evitar la autodestrucción colectiva.
Ya también lo decían Alan Watts y los hippies en la década de 1960 y, como Borges aquella noche del 6 de julio, en la década de 1970.
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