Política

Desconfianza

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En los próximos meses, la enfermedad va a ser el único tema, la única materia de la política. Los medios estarán saturados de recomendaciones, noticias de vacunas, conjeturas, estadísticas y acusaciones de todo tipo, y de eso estará hecha al final la historia del sexenio. Se dice que el gobierno no estaba preparado para esto, ¡por supuesto que no! Ningún gobierno está preparado para algo así. No se trata solo de los recursos de salud, que también, sino de la empresa política que significa gobernar. Todos, hasta el más chaparro, llegan al gobierno con la idea de hacer algo diferente, dejar huella: obras públicas, industria, bienestar, lo que sea. Ninguno está preparado para renunciar a todo eso, y pasar a la historia por haber administrado las consecuencias de una epidemia, nadie quiere salir semana tras semana para dar cuenta del número de muertos, ni está preparado para eso.

La gente tiene miedo, y da lo mismo si es un miedo justificado o no. Decía Montaigne que el miedo es una pasión extraña, la que más fácilmente trastorna la razón. Eso mismo hace que sea enormemente atractivo para hacer política: el miedo produce un clima volátil, inflamable, y para una clase política lo bastante irresponsable, como son casi todas en realidad, es una tentación difícil de vencer.

El mecanismo más obvio, infantil, consiste en buscar un culpable. Y el que siempre está ahí es el gobierno —que quiere el crédito por todo, y carga con el descrédito también. En ésas estamos. La mitad arremete contra el gobierno de López, como es lógico, pero la otra mitad culpa también al gobierno, solo que al anterior. La lógica es la misma, y el efecto final es el mismo. Editorial de contraportada de La Jornada: “no hay que olvidar: los que tuvieron todo el tiempo hicieron poco y deshicieron mucho”. La culpa es del gobierno.

Eso hace mucho más costosa, y más complicada la gestión de la crisis. En un texto muy interesante, Pedro Miguel dice que el problema hoy es que “en su paso por el poder... la reacción oligárquica” generó “un déficit de credibilidad de las autoridades”. Es verdad, o casi. Es curioso que los gobiernos anteriores vengan a ser responsables de la falta de credibilidad de este. Pero lleva razón. En todo caso, hay que decir que no fue la reacción sola la que hizo eso, ayudaron mucho los medios, y una oposición sin mayores escrúpulos, que explotó hasta los límites de la vergüenza el “derecho a la suspicacia” (solo por ejemplo, sin ir muy lejos, un texto de Pedro Miguel, sobre la masacre de Iguala: “¿Qué ha estado ocultando el gobierno estos dos años? ¿Cuánto valen los secretos protegidos? ¿Qué saben las cúpulas empresariales sobre el ataque contra los normalistas?...”).

La desconfianza hacia cualquier afirmación de las autoridades es uno de los mecanismos básicos de lo que se puede llamar la cultura antagónica. Es muy útil para hacer oposición, porque reduce a nada cualquier éxito que quiera anunciar el gobierno, y hace que todo parezca sospechoso, basta dejar en el aire una pregunta. El resultado es este de hoy. No se puede creer en nada —y se acaba creyendo cualquier cosa.

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Fernando Escalante Gonzalbo
  • Fernando Escalante Gonzalbo
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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