Cultura

¡Nop! mires arriba

En un rancho que se dedica a rentar caballos para el showbiz, una moneda cae desde el cielo con fuerza y termina incrustándose en la cabeza del dueño (Keith David), al tiempo que su hijo lo trata de salvar sin éxito. Ya a cargo de la empresa familiar junto con su recién llegada hermana, efusiva y alegre, que buscaba ser actriz y cantante, el protagonista ve cómo el negocio no prospera y planea traspasárselo a un vecino, a quien ya le había vendido algunos equinos, que tiene un extraño parque de diversiones con todo y un cuarto fetiche en donde están ciertos objetos provenientes de un programa televisivo de los noventas en el que sucedió un tragedia (y que se inspira en un hecho real): así arranca el filme entre confusas imágenes y voces, retomadas posteriormente para mostrar a un chimpancé “actor” que enloqueció al escuchar el tronido de unos globos y atacó a sus colegas humanos.

Sobre el área se observa una nube que parece pasmada, inamovible, permanente: por ahí se alcanza a detectar una especie de nave que merodea más como el tiburón de Spielberg, influencia evidente en la cinta, que como si tratara de establecer contactos del tercer tipo o hablar por teléfono a casa. El objeto-criatura cada vez se vuelve más presente y amenazante, pero al mismo tiempo más atractivo para convertir el fenómeno en dinero y fama si se logra capturar en un video que vaya más allá de la charlatanería que ronda al mundo de los avistamientos: calculando el riesgo, los hermanos deciden echar a andar un plan con el fin de grabarlo, para lo cual reclutan a un fotógrafo profesional y al empleado de una tienda de cámaras.

En su opus tres, Jordan Peele mantiene un hilo temático con sus dos anteriores filmes: si en ¡Huye! (2017) lanzaba sus dardos contra la gente blanca cuyo interés es aprovecharse de los negros bajo un manto de buenondismo y en Nosotros (2019) planteaba la propia invisibilización de la comunidad afroamericana, incluso provocada por ellos mismos, en ¡Nop! (EU, 2022) rescata la premisa del anonimato a través de ubicar la anécdota del olvidado jinete negro, ancestro de los protagonistas,

que montaba un caballo, ese sí conocido como Sallie Gardner y que se convirtió en una de las primeras imágenes capturadas en movimiento en 1878. Y claro que se incluye un homenaje a ese jinete desconocido, a través de su presencia en los créditos y en ese encuadre del protagonista montando el caballo en clave western, visible una vez que el humo y el polvo quedan disipados.

Daniel Kaluuya encarna al premeditadamente nombrado OJ, el hijo de escasas palabras que toma los hilos del rancho, entendiendo pronto las claves para la sobrevivencia y soportando las dificultades con la mirada bien puesta en el vacío, luciendo gorra casi permanente y hasta una playera de Zapata con el inconfundible sombrero cual platillo volador; por su parte, Keke Palmer entrega una energética interpretación como la hermana, también abocada a mantenerse de pie y, de paso, poner la música a todo volumen y montarse en la motocicleta del intruso periodista para intentar generar la evidencia. En tanto, una mantis se posa en la cámara y unos niños se disfrazan de alienígenas a manera de distractores, si bien suena con dificultad el hit ochentero Sunglasses at Night de Corey Hart, remontando la pérdida de electricidad a pesar de las ralentizaciones y, de paso, enviando una crucial advertencia.

Los personajes secundarios terminan por ser representativos de algunos rasgos comunes en la sociedad actual: el dueño del parque (Steven Yeun), que de niño salía en la sitcom mencionada, como el típico empresario que en todo momento ve una oportunidad para el show; un homenaje al cine con ese críptico fotógrafo sumido en  producciones que están lejos de su locura creativa, ahora llevada al extremo (Michael Wincott, también en la vocal de la resonante The Purple People Eater), buscando llegar a la cima de la montaña para ser observado y ya no despertar de ese sueño, como él mismo lo manifiesta, y el empleado de la tienda de cámaras de seguridad, creyente en OVNIS, también viendo la potencialidad económica y buscando confirmar sus certezas extraterrestres (Brandon Perea).

El relato funciona como una alegoría postpandémica que puede apuntar hacia diversos sentidos con elementos que funcionan como falsas alarmas -los niños disfrazados de alienígenas, la mantis religiosa, los apagones- y otros que se convierten en analogías, como la mirada hacia la sociedad del espectáculo que pese a todo, permanece aunque se trate de arriesgar el pellejo con tal de estar en primera fila o seguir las noticias de extrañas desapariciones que pareciera nadie investiga, salvo los medios más amarillistas en busca de la nota. En un contexto lleno de pantallas en el que todo se quiere ver y muchos buscan ser observados a toda costa, puede resultar mejor alternativa poner a todo volumen a Dionne Warwick y bailar a solo acompañada por su versión de Walk on By.

Se deja en claro, por otra parte, esa tendencia humana llena de soberbia de querer domesticar cualquier criatura y sacarle provecho, independientemente del daño a ella y el riesgo implícito, que aquí parece no advertirse por nadie, excepto por el fotógrafo cuando habla del depredador, si bien él mismo parece buscar el peligro: un tema que se ha tratado desde el clásico King Kong (Cooper y Shoedsack, 1933)  hasta El hombre oso (2005), el documental en el que Werner Herzog lo dejó claro; incluso en algún diálogo se menciona el caso del tigre que atacó al famoso ilusionista con el que solía aparecer. Frente a la tentación de producir un video creíble de la entidad extraterrestre y poder llegar al show de Oprah, con todo lo que implicaría en términos de recompensa, qué más da arriesgarse un poco a ser atacado por un implacable depredador desconocido.

Mientras la edición se articula a partir de los nombres de los caballos y que sirven como detonador de los episodios, el diseño de producción se enfoca a ubicar los dos principales lugares donde sucede la trama -el parque y el rancho- con la interminable llanura alrededor, como si se tratara de un reducto abandonado del resto de California, al cual parece solo asistir un público particular, un motociclista de casco alienígena, alguna reportera y esa criatura de original diseño, entre tradicional y surrealista, además transformativo según los eventos por los que atraviesa, en tanto la cámara acentúa esa sensación de particular aislamiento y nos lleva con abundancia de picados y contrapicados para estar al pendiente de un cielo amenazante y de una superficie terrestre que parece interminable, tanto a plena luz del día como en las elusivas secuencias nocturnas, punzantemente retratadas.

Si bien es difícil que Peele logre superar su debut, a lo largo de sus siguientes dos películas ha logrado moverse en los marcos del terror y la fantasía, aportando ensanchamientos para conectar con apuntes sociales desde una vertiente imaginativa en la que el espectador puede construir y reelaborar significados en función de su propio contexto; además, sabe desplegar guiones que se desenvuelven bien en el mainstream con toda la tensión necesaria y que buscan trascender el entretenimiento, siempre loable, para conectar con reflexiones que se entrometen en el estado de los acontecimientos que se van presentando en Estados Unidos pero extrapolables a distintos rincones del planeta: como para ver el cielo y buscarle formas a las cambiantes nubes, excepto una.

cinematices.wordpress.com

@cuevasdelagarza


Google news logo
Síguenos en
Fernando Cuevas
  • Fernando Cuevas
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.