En una cárcel donde se encuentran presos condenados a la pena de muerte, una ejecución falla al tardarse más de lo que debería por errores en la aplicación de la inyección letal, provocando mayor sufrimiento y una situación sumamente tensa entre el personal y quienes se encontraban presentes, entre quienes estaba la responsable de la institución como supervisora de todo el procedimiento, busca cómo evitar que vuelva a suceder mientras que su estabilidad emocional se ve afectada, además, por la diaria confrontación con familiares y reos en esta situación.
Particularmente se acerca a uno de ellos (Aldis Hodge, transitando del silencio a la expectativa y de ahí a la sublimación), quien en principio no le dirige la palabra y que se encuentra esperando el destino fatal aún, si bien un abogado (Richard Schiff ) sigue peleando por su causa, apoyada también por la alcaide a pesar de las discusiones entre ellos, al tiempo que mantiene cierta esperanza y motivación, depositada en su próxima paternidad y en la creencia de que podrá reunirse con su pareja si queda libre y salva la pena capital, como debiera ser de acuerdo con su proclamada condición de inocencia.
Escrita y dirigida con puntual sentido de drama contenido por la realizadora Chinonye Chukwu (corto A Long Walk, 2013; alaskaLand, 2012), Clemency (EU, 2019) retoma el polémico tema de la pena de muerte desde la perspectiva de una directora de la cárcel que va viendo cómo su vida se colapsa entre la impotencia propia para ayudar y los límites de la justicia, por momentos dependiendo de un indulto o un proceso discutible a través del cual se decide la vida o la muerte de un ser humano: los problemas trascienden en la relación con su esposo (Wendell Pierce, comprensivo) y empieza a recurrir a la bebida como evasión tras las duras jornadas laborales y ante su inevitable soledad, apenas acompañada por un subalterno (Richard Gunn).
Alfre Woodard asume con notable fuerza el papel de esta funcionaria del sistema penal que, a pesar de los años, mantiene un sentido de conmiseración no siempre posible de externar, tal como lo muestra su endurecido rostro en cierto momento carente de palabras y totalmente rebasado por la ejecución en turno. La cámara la sigue por los pasillos de la penitenciaría y se posa en esa cara que observa una realidad descolorida y poco iluminada donde predominan los ambientes claustrofóbicos, enfáticamente planteada desde una intencionada fotografía, retratando espacios y personajes desde sus propias limitaciones.
Inspirada en el caso del afroamericano Troy Davis, a quien se le condenó, sin las pruebas suficientes, por supuestamente matar a un policía en Georgia en el 2011, la ficción aquí presentada opta por un discurso que cuestiona pero no determina, que se pregunta y se acerca a los sujetos involucrados, atrapados en un sistema que parece ajeno a los detalles de los cuales, en estos casos, depende la vida de una persona. La angustiante espera de la llamada telefónica cual último recurso para evitar el siniestro ritual de lo último: la confesión guiada por el capellán (Michael O’Neill); la cena elegida, el camino por los pasillos de la muerte, las palabras finales y el dolor de las almas presentes e involucradas, solo físicamente ausentes. Disponible en Cinépolis Klic.
Fernando Cuevas