No hay un sonido más encantador que cuando una campana anuncia el inicio de un round y justo esta semana se me cumplió el sueño –que sábado a sábado añoré– luego de tres larguísimos meses.
Las Vegas reabrió las puertas al boxeo y con nueve modestas peleas –repartidas en dos funciones– desde mi sillón, frente a la televisión, fui la persona más feliz del mundo y justo ahí fue cuando me di cuenta que con el rush pre-coronavirus, muchas veces dejé de lado los detalles que hicieron que me enamorara del deporte de los puños.
Hablo de los sonidos en el boxeo y no me refiero a las mentadas, las rechiflas y todo lo que se asocia de primer golpe cuando uno está en la arena al calor de la cerveza, me refiero al sonido del dolor cuando un golpe entra bien y el cuero truena de manera especial y el rival puja para mantenerse de pie, o el sonido de la pasión cuando un entrenador grita desde su esquina que recuerde los golpes que tanto practicaron en el gimnasio.
En una arena llena de fanáticos, el rugir de la emoción –porque en esos momentos rugen y no gritan– es algo que enchina la piel y de verdad espero que en algún momento regrese esa magia, pero el tener un lugar sin público y volver a escuchar a qué suenan las entrañas del deporte es una maravilla.
El cambio al que nos obligó el coronavirus, para mí es positivo. Ojalá y las televisoras sepan aprovechar este nuevo ángulo al que tal vez muchos fanáticos no han tenido acceso en el pasado, pues las transmisiones tienen en todo momento hablando a los comentaristas tapando lo que para ellos eran “huecos”, pero que para muchos son pequeños tesoros.
Tal vez el boxeo no sea el hit de todos, pero creo que vale la pena tomar esta pausa silenciosa (sin fanáticos en los estadios o en las arenas) para escuchar al deporte en su estado más puro y ver qué sale de eso.
¡Hasta el siguiente round, chicos! Cuídense mucho y manténganse sanos… ding ding ding.
