Los domingos son especiales en Guadalajara. La ciudad se despierta en calma a la espera de que miles de ciclistas, corredores o patinadores tomen sus principales avenidas. A las 10:00 de la mañana Vallarta-Juárez está a reventar. No faltan los maleducados, pero en general la convivencia es respetuosa. Lo mismo sucede en Chapultepec o en algún tramo de Niños Héroes. Tepeyac o avenida Patria. En cada esquina un grupo de jóvenes cuidan de los peatones y de uno que otro automovilista que se pasa la Vía por el Arco del Triunfo. Disfruto de la Vía cada domingo desde hace al menos 10 años. Y creo que está en su mejor momento.
La pandemia nos ha dejado mucho dolor: Muertes, trastornos, secuelas, miedo. No somos los mismos. Sin embargo, rescato algo positivo postpandemia: hemos aprendido a valorar el exterior, la vida en la ciudad o en la naturaleza.
Por mucho tiempo nos encerramos voluntariamente en nuestras casas. Una consecuencia del modelo económico individualista que nos confina (por seguridad o por “estatus”). Y Guadalajara creció creyendo en el auto, los pasos a desnivel, los cotos y los centros comerciales con sus gigantescos estacionamientos. Menos árboles, menos parques y menos vida en comunidad, y para muchos era casi sinónimo de desarrollo. Al estilo de los suburbios en Estados Unidos.
La Vía Recreactiva y su gran popularidad es espejo del cambio de mentalidad. Más allá de la Guadalajara que enamora cuando la vida fluye y no el ruido, la contaminación y la agresividad del auto, la Vía nos regala una serie de innegables enseñanzas. Por ejemplo, es posible que una política pública sobreviva a los vaivenes de la política partidista. PAN, PRI y MC han gobernado la ciudad y, a pesar de ello, la Vía no deja de crecer.
Esa continuidad en el tiempo también provoca la concientización de que el derecho a tomar la ciudad, de forma segura, es exigible. Los domingos cuando recorremos las calles de la ciudad y nos damos cuenta cuánta ciudad le hemos dado a los automotores, entendemos que se puede vivir de otra manera. No estamos condenados. El Paseo Alcalde es también espejo de eso. Nos dijeron que era imposible sacar los autos de avenida Alcalde y, mire usted, hoy solamente algún morenista extraviado pide revertir lo conseguido.
Otra enseñanza de la Vía es que cuando un proyecto se vuelve socialmente aceptado y protegido, su supervivencia está garantizada. No dudo que algunos partidos o activistas hayan violado la neutralidad de la Vía, pero la realidad es que son muy poquitos. Los propios usuarios defienden que la Vía se mantenga como un espacio de todos sin importar nuestro origen o forma de pensar. Es precisamente la convergencia de clases sociales y formas de pensar lo que refuerza una identidad común. En una Guadalajara segmentada, segregada, clasista, con altos niveles de discriminación, la Vía es de esos poquísimos espacios en donde todos cabemos. Habría que luchar por más espacios para converger y re-conocernos.
La Vía es un proyecto de ciudad que ha resistido a todo. Toca que esa maravilla que sentimos cada domingo se vuelva más habitual. Más proyectos que expulsen el auto y nos permitan sentir nuestra ciudad como propia y vivible, algo más que una serie de calles que conectan dos puntos. La Vía es un laboratorio que nos demuestra que cuando existe compromiso, los tapatíos podemos hacer bien las cosas. Esa Vía que la política no ha arruinado.
Enrique Toussaint
@eftoussaint