La nación es una invención. Sin embargo, es el concepto político más poderoso de la historia de la humanidad. Es más potente que la sociedad, el pueblo o la ciudadanía. La nación es la unión cultural, política y económica de un pueblo. Es el dios de la modernidad, lo definió Josep R. Llobera. Nadie puede oponerse a la nación y su realización. La hegemonía del PRI se explicó por múltiples factores, pero uno de ellos es la monopolización de la idea nacional. El PRI era el gran partido de México. Su simbología partidista era el secuestro de la bandera. Los panistas eran los conservadores, los herederos de Maximiliano y la burguesía. La izquierda era la Unión Soviética y los cubanos. Sólo el régimen representaba a la auténtica nación.
El nacionalismo es la exaltación de la nación como valor político supremo. Nada es más importante que el enaltecimiento y la reproducción de la nación. Ni el bienestar, ni el medio ambiente, ni la economía, ni los derechos. Por eso Marine Le Pen propuso en la segunda vuelta francesa un referéndum para incorporar el fraseo “prioridad nacional” en la Constitución de la Quinta República. Por eso Donald Trump hablaba del “America First” o por ello los húngaros eligen a Viktor Orban. El nacionalismo, idéntico en la derecha o en la izquierda, cree que hay una nación -una patria- que debe ser defendida frente a sus transgresores o traidores. Considera que el Estado es la Patria y -peor aún- que el Gobierno de turno encarna la nación.
El nacionalismo destruye la esencia misma de la democracia liberal. Mire usted: la democracia nace como una forma pacífica de resolver las diferencias entre personas que piensan distinto. El acuerdo es no matarnos por nuestras ideas. Yo reconozco que usted tiene el mismo derecho que yo a defender sus postulados y creencias. Si usted no viola la ley o desconoce derechos humanos, cualquier ideología es igualmente aceptable. No importa si usted considera que el Estado o el mercado deben manejar los recursos naturales; o si considera que las universidades deben ser públicas o privadas; o la sanidad universal o no. La democracia es el piso que nos permite disentir en plena normalidad.
En este contexto, la democracia es la antítesis de la traición. La única traición en democracia es la violación al estado de derecho y a la ley. No hay más. Un traidor es aquel que utiliza su cargo para saltarse la legalidad y beneficiarse a sí mismo o a los suyos. Es un delincuente, el traidor es una terminología decimonónica. Y es que pregunto: cuando el presidente denuncia a la oposición de traidora, ¿a qué traición se refiere? ¿A quién están traicionando? Votar en contra de una reforma eléctrica, ¿es una traición?
Morena dice que la “traición es a la patria”. Dejo de lado las referencias a la ley que son absurdas. Voy al discurso político. El traidor a la patria es en el discurso oficialista el traidor a una idea y a un imaginario de país. AMLO considera que el interés de la patria es lo que él propone. Considera que el Estado es México, pero sus empresas no son México. Existe una idea preconcebida: la iniciativa privada no es patria. Es la antipatria. Y todos los que defiendan un modelo económico que no se plegue al estatismo son personeros de intereses de aquellos que buscan colonizar el país. Es tan absurda la narrativa que sorprende que en pleno siglo XXI haya quien la reproduzca sin sonrojo.
El traidor a la patria es, en este contexto, alguien que no merece ser llamado mexicano. El problema de esta utilización del concepto de “Patria” es que todo se reduce al pensamiento de un solo hombre: AMLO. López Obrador es México y su partido encarna a la patria. Cuidado con reducir la nación al obradorismo. Cuidado con reducir la patria a la batalla política. Los autoritarismos tejen sus hegemonías a través de la expulsión de quien piensa distinto. A través de la desnacionalización de quien defiende ideas opuestas al oficialismo. La nación no debe ser propiedad de nadie, ni de una persona ni de un partido. El odio sólo genera violencia. Recodemos: quien siempre vientos cosecha tempestades. Nada bueno quedará de un país dividido entre supuestos patriotas y apátridas. Camino fértil al autoritarismo aquel que define entre buenos y malos mexicanos.
Enrique Toussaint